Saturday, September 28, 2013

El buen nombre: nombres propios en diferentes culturas.

"El pintor japonés Hokusai cambió de nombre sesenta veces por celebrar sus sesenta nacimientos. En el Uruguay, país formal, lo hubieran enjaulado por loco o alevoso simulador de identidad." Eduardo Galeano.

"En el libro de las evidencias se lee: ¨Conoces el nombre que te dieron, no conoces el nombre que tienes¨" José Saramago.


En el mundo hindú el nombre es algo más que una referencia de diferenciación: influye sobre la vida del individuo. La elección de un nombre secreto sirve para abarcar la personalidad del nombrado y así­ protegerle de sus enemigos, y es habitual un segundo nombre para la distinción en la vida mundana.

La etnia gold o nanai de Rusia podían cambiar el nombre al hijo varón hasta varias veces a lo largo de su vida con objeto de hacerlo mejor o más feliz. Existía asimismo en Japón la posibilidad de cambiar de nombre para aquellos que deseaban rehacer su vida. También algunos inuit practicaban el cambio de nombre personal cuando ya flaqueaban sus fuerzas, con la esperanza de prorrogar así su crédito de vida.

Los ovimbundu, en la Angola céntrica, poní­an el nombre a los hijos de algún pariente cercano, vivo o muerto, pero si la persona sufría persistentemente de mala suerte o enfermedades, podían cambiar de nombre. Entre los mongoles le cambian al enfermo no sólo el nombre sino también manifiestamente el vestuario. También entre los dayak, en Borneo, después de una curación sigue el cambio del nombre del enfermo con el fin de engañar al espí­ritu maligno. Igualmente, cuando un niño ha caí­do enfermo, el chamán, entre los haidas de la América del Pací­fico septentrional puede decidir que no se le ha puesto el nombre adecuado y se le cambia el nombre. También entre los norteamericanos indios crow. Todos estos ejemplos representan el deseo de engañar a los espíritus malignos para que ignoren al enfermo creyendo que, por recibir otro nombre, se trata de otra persona. 

Aunque existe otra teoría: el poder mágico de la misma palabra (o nombre). Entre los judíos de Ucrania era costumbre que un enfermo grave recibiera solemnemente el nombre "vida" "Chaim" (Jaime) y que, una vez curado, conservara este nombre y mantuviera el antiguo en secreto. Igualmente, los yacutos, en la remota Rusia asiática y septentrional, acostumbran a denominar al nuevo hijo "osito" (asa oboto) para salvarlo de la muerte.
 

No son pocas las culturas donde para escapar de la muerte los seres humanos reciben un nombre provisional, a veces poco halagador. El alumbramiento y los primeros años de vida eran otro espacio liminal peligroso y vulnerable. Así­, entre los mosios, en el alto Volta, a veces se otorga al bebé un nombre degradante o aterrador, como Kum "Cadaver" o Bogdo "Tumba", o simulan venderlo y recomprarlo, llamándole "esclavo de..." Los ainúes, nativos de Japón, usaban nombres como "barrigón" o "sucio" hasta los dos o tres años de edad, cuando eran menos vulnerables, era entonces cuando pasaban a llamarles "pico de pájaro" "gracioso" y otros apelativos más cariñosos. Los kazajos les llamaban, además del nombre auténtico, "niño malo", "niño ladrón" "ojos de carnero" o "varoncito loco". Entre los aborígenes aranda, cada individuo tiene dos nombres: un nombre conocido por todos y otro secreto, que le pone el jefe del totem reunido en consulta con los ancianos y que sólo se pronuncia en las ocasiones más solemnes. Esos nombres sagrados sólo los conocen los hombres muy ancianos; las mujeres ni siquiera conocen el suyo.
 

Entre los rusos y en coreanos, tras el alumbramiento de las criaturas, los progenitores se interpelaran mutuamente como "padre" y "madre" en el ámbito familiar. Los haidas y los amazónicos güitotos usan nombres personales únicamente para la gente soltera; a todas las demás personas se les llama "padre de", "madre de", o "esposa de". Entre algunas tribus de la provincia de Asam, en la India, los solteros pasan a llamarse “el padre sin hijos", “la madre sin hijos", "el padre de nadie" o "la madre de nadie".

No mentar los nombres de personas fallecidas es otro tabú bastante extendido. Pueblos tan alejados como los guajiros colombianos, los mongoles o los tuaregs del Sahara evitan pronunciar el nombre de las personas fallecidas para impedir que la muerte regrese a por más víctimas.
Es singular el caso de los aborígenes australianos quienes, como muchas tribus indias, ponen a sus hijos nombres de objetos y animales. Así, con el muerto, cuyo nombre no se puede volver a pronunciar, desaparecen palabras de uso común -águila, fuego, árbol, nube- para las que inmediatamente hay que encontrar una nueva denominación, de manera que el idioma cambia constantemente y de forma caprichosa en cada pueblo, tribu, barrio o familia.

Entre los inuit Ammassalimiut ocurría lo mismo: había la costumbre de no pronunciar el nombre de una persona muerta hasta que éste no se reeencarnara en otra persona. Ese período de prohibición podía durar desde algunos días hasta varios años. Si el nombre propio se utilizaba para designar un objeto, era necesario encontrar un nuevo objeto que lo sustituyera. Como consecuencia de la muerte de un hombre que llevaba el nombre kayak, y que no se lo habían puesto a otra persona, el kayak pasó a llamarse carquit.

Entre los indios navajos se considera una grave descortesía interesarse por la salud de los otros, porque piensan que el mero hecho de mencionarla puede acabar con ella.
 

Los gilyaks, al norte de Japón, rebautizan con un nuevo nombre al muerto y consideran sacrílego seguir empleando el nombre que éste usara en vida. La mala suerte también era otra razón para cambiar de nombre: entre los ainu, cuando una persona cae enferma, o si ve pasar un buho volando a través de la luna, cambia a veces su nombre.

O al contrario, una proeza de alcance social o gesta podía ser una buena razón para el cambio de nombre. Ésto era muy practicado por los indios norteamericanos, en los ritos de iniciación de la adolescencia o en una proeza bélica.

Igualmente, al llegar a la pubertad tanto los chicos como las chicas de los camayuras, en el Mato Grosso brasileño, reciben un nuevo nombre de algún antepasado y se le afeita la cabeza, simbolizando un renacimiento.

El rechazo a revelar el propio nombre es también algo común en diferentes tribus en África del Sur, en muchos pueblos del archipiélago malayo, entre los tolampos de las islas Célebes, en la indonesia isla Nias, entre los papúas en Nueva Guinea y otros pueblos melanesios de esas regiones, entre los aborígenes de Australia o en la chilena isla de Chiloé. Cuenta el antropólogo Frazer un episodio sobre este hecho: en cierta ocasión, un forastero le pidió su nombre a un araucano y este le respondió: 


“Yo no tengo ninguno». 

El etnógrafo ruso Zelenin contaba que los siberianos manegrios nunca revelan sus nombres personales, de modo que dan otro cuando se les pregunta por el propio, y que si se les pregunta por alguien de la tribu, responderán: "ese por el que preguntas, es hijo de..."

Entre los iranís de Sungan, el niño que provenía de una familia con alta

mortalidad infantil, podía quedar sin nombre hasta los siete o incluso hasta los diez años. Entre los samoyedos, al norte de Rusia, el niño recibe su primer nombre provisional a los cinco años, y no tendrá su auténtico nombre hasta los quince. Entre los sami, a cada persona que nace se le regala una canción, un "luohti", y tradicionalmente, los títulos de estas canciones son los nombres propios de estas personas que las han recibido como regalo.

Para las culturas orales, las palabras poseen un gran poder. Por eso, consideran que los nombres (una clase de palabras) no es sólo una etiqueta, sino que confieren poder a las cosas, les dotan de ciertas características que el nombre mismo describe. Por eso, en muchas culturas faltar a la palabra es como faltar al alma. 
 

En lengua guaraní ñe'ê significa “palabra” y también significa “alma”, y el que dilapida la palabra, dilapida su alma. Por eso existe la tradición del tera’o (quitarse o cambiar el nombre) cuando un guaraní comete una infracción moral o dilapida su alma. De esta manera, el indígena está seguro que puede llegar a la plenitud de la perfección: el aguyje (estado de gracia) Por eso, cuando le ponen el nombre a una persona, no mienten ni imaginan, sino que estampan con ese nombre, mediante la palabra, las características más exactas de la persona. Es decir, el nombre es la persona misma, es la esencia de la persona, su identidad.

Tampoco resulta sorprendente que el término hebreo "dabar" signifique "palabra" y "suceso" al mismo tiempo, 

y que la palabra nombre provenga del hebreo "nomen" que significa "esencia de la persona o cosa", 
                 y que se parezca tanto a "omen":
                                                                 presagio.


Fuentes:
"La magia del nombre propio y la magia propia del nombre". Xaverio Ballester.
 http://www.continuitas.org/texts/ballester_magia.pdf

"Nuestros contemporáneos primitivos". George Peter Murdock
"Vida de los nativos americanos" Colin F.Taylor  
"La rama dorada: un estudio sobre magia y religión". J.G. Frazer.
"Tabu linguistici nelle popolazioni dell Europa orientale e dell Asia settentrionale. Tabu della vita domestica." Zelenin, Dmitrij K.

Sunday, September 22, 2013

El tiempo, los mitos, y el relámpago que se nos hace largo.

"El tiempo no es oro. El oro no vale nada. El tiempo es vida." 
Jose Luis Sampedro.

"Quizás la más grande lección de la historia, es que nadie aprendió las lecciones de la historia"  
Aldous Huxley, escritor. 

Alrededor de 1880, un joyero neoyorquino llamado Willard Bundy y un físico y matemático escocés de nombre Alexander Dey desarrollaron sistemas de medida de tiempo para registrar la entrada y salida del trabajo de los empleados. La puntualidad es una virtud esencial y necesaria para vivir armoniosamente en sociedad.
Frederick Taylor, obsesionado con la eficiencia absoluta en la administración de las fábricas, llegó a cronometrar el tiempo de los movimientos de cada trabajador: 
-abrir y cerrar cajones de carpetas, sin seleccionarlos: 0,04 segundos; 
-levantarse de la silla: 0,033 segundos; 
-moverse en la silla hasta un escritorio adyacente, distante a un metro, 30 -centímetros: 0,050 segundos.

Pero esto no es todo: “como resultado de producir y consumir más, tenemos menos tiempo. Esto funciona así: a mayor eficacia en la producción, cada individuo debe producir más bienes por hora. Y si aumenta la productividad, para mantener activo el sistema, debemos consumir más bienes. El tiempo libre, entonces, queda convertido en tiempo de consumo, porque en sociedades como la nuestra, el tiempo que no se dedica a la producción o al consumo es considerado cada vez más como una pérdida” afirma el antropólogo Allen W. Johnson.

No siempre fue así. De hecho, todavía hay sociedades que resisten a este sistema. Uno de los últimos habitantes de un pequeño pueblo de España que fue abandonado, contaba: "Para mi todos los días eran distintos, aunque las tareas se repitieran cíclicamente cada año. El cielo que nos cubría variaba de un día para otro. El paisaje variaba a diario, sólo las siluetas de los montes permanecía constante. Monotonía de vida, vista a distancia, desde la lejanía del tiempo, pero allí no lo era tanto, al menos para mí. No era lo que aparentaba ser: era la vida de nuestros abuelos, la de nuestros padres, la que nosotros conocíamos, y nos parecía la mejor."

Viajando a lugares más remotos, un@ se da cuenta de que el concepto de tiempo que tenemos aquí, el de "el tiempo es oro", el que concibe el trabajo orientado a metas sin importar demasiado el proceso o las consecuencias (esquilmar la naturaleza, esquilmar vidas), según la cual todo tiempo debe ser consumido (y en donde el hecho de dejar pasar el tiempo resulta ofensivo), es lo exótico. 
Robert Levine en su libro “La geografía del tiempo” recorre treinta y un países. Cuenta que en Brasil, llegar tres horas tarde es algo perfectamente aceptable, y que en Japón hay un sentido del largo plazo inaudito en Occidente. Así, establece que cuanto más sana es la economía de un lugar, más rápido es su tempo y menos tiempo libre queda por día, y los lugares más calurosos son más lentos. México, Brasil e Indonesia se llevan la palma.
Además, no todo el mundo sigue la esfera de un reloj para medir su tiempo. Evans-Pritchard contaba que, entre los nuer de África, lo que determina el tiempo es el reloj-ganado: la sucesión de esas tareas y la relación que éstas mantienen entre ellas. 
"Los nuer no tienen una expresión equivalente a la palabra "tiempo"en nuestra lengua, y no pueden por ello hablar del tiempo, como nosotros lo hacemos, como si se tratara de una cosa real que pasa, que puede perderse, ganarse, etcétera. Yo no creo que ellos tengan el sentimiento de luchar contra el tiempo, o de tener que coordinar las actividades en función de un transcurrir abstracto del tiempo, ya que sus términos de referencia son, sobre todo, las actividades mismas, que generalmente se efectúan sin prisa."
E.P. Thompson cuenta sobre los nandis, África, que fechan el tiempo según el momento en que tienen lugar los trabajos cotidianos: "Los bueyes han salido a pastar" significa que son las 5 horas 30 minutos. "Se ha soltado a los borregos", que son las 6 horas. 
Y sucede lo mismo en Madagascar respecto a las duraciones: "una cocción de arroz" quiere decir media hora, "una fritura de langostas" significa un instante, o aún se dice: "El hombre estará muerto en menos tiempo del que se necesita para que el maíz quede bien tostado." 
En Chile, el tiempo que duró un terremoto en 1647 se definió en dos credos, y cocinar un huevo se medía con la recitación en voz alta de un Ave María, como aquí una tarea la hacemos "en un santiamén".
En Birmania, de la misma manera, el despuntar del día se designa como el momento en que "hay bastante luz para ver las venas de la mano". 
Los Amondawa de la Amazonía tampoco entiende como el tiempo puede fluir independientemente de los eventos. Tampoco tienen una palabra puntual para “tiempo” ni para ninguna subdivisión arbitraria como mes o año. Para ellos no tiene ningún sentido la idea de “trabajar toda la noche” porque lo que importa es el fruto de ese trabajo y no el intervalo empleado. Tampoco miden su edad en años, sino que se refieren a los distintos hitos de su vida y las distintas posiciones que van ocupando dentro de la tribu, a través de los ritos de paso, conforme pasa el tiempo y adquieren nuevas responsabilidades.
Literalmente, para un Hopi las cosas ocurren cuando se entera de ellas. No existen unidades de subdivisión del Tiempo, sólo el Día, Luna y Estación, y no tanto como un transcurrir temporal como por los cambios que producen en el entorno estos ciclos naturales. Para decir “mañana”, la expresión literal es “mientras la fase matinal ocurra”.
Los despertares matinales no son momentos difíciles para un tuareg. Este se levanta al amanecer y su día comienza con el sol. Al vivir el ritmo que le marca el día y la noche, ignora el sufrimiento del despertar. Vive dentro del tiempo, al ritmo de las estaciones. No existen horas, solo el alba y el crepúsculo. "No llevamos inscrito en nuestro interior que la vida debe seguir rigurosamente las agujas de una esfera. En la escuela, nadie lleva reloj, los niños tienen la intuición del momento. Lo sienten. Además, el maestro no castiga por llegar tarde. El tiempo hay que tomárselo..." cuenta Moussa Ag Assarid.
Pierre Bourdieu describe como los bereberes de Cabilia, del norte de Algeria, describen la prisa como una falta de decoro combinada como una ambición diabólica. El reloj se conoce a veces como "el molino del diablo". No hay un momento concreto para comer, y el quedar para una cita en un momento puntual no existe, simplemente dicen "nos veremos en el próximo mercado" Una canción popular dice "es inútil perseguir el mundo, nadie lo va a atrapar"
Karl Polanyi, antropólogo, tomó prestado esta noción de molino satánico para definir al sistema capitalista:
"¿En qué consistió satanic mill, este molino del diablo, que aplastó a los hombres y los transformó en masas? (...) ¿En virtud de qué mecanismo se destruyó el viejo tejido social (...)?" "La necesidad de ralentizar en la medida de lo posible un proceso de cambio no dirigido, cuando se considera que su ritmo es demasiado rápido para salvaguardar el bienestar de la colectividad, es algo que no debería precisar de una explicación detallada. Este tipo de verdades corrientes en la política tradicional, reflejadas en las enseñanzas de los antiguos, fueron borradas del pensamiento de las gentes."
Las enseñanzas de los antiguos son banales para nosotros. Nos creemos inaugurales ("hemos entrado en una nueva era" "esta es una nueva etapa" "se está escribiendo la historia") y creemos que tenemos poco que ver con el pasado y que del pasado muchas lecciones no podemos sacar porque son radicalmente diferentes. Esto es completamente falso. El caso es que nos vemos obligados a vivir hacia el futuro, pero hacia un futuro no real, como los indios iroqueses que se veían obligados a pensar en la Séptima Generación en todas sus asambleas, sino en un futuro incierto e infinito. Crédito significa hipotecar el futuro en la esperanza de que el trabajo lo rescatará a su debido tiempo. "La ropa de marca, los coches deportivos italianos, la alta tecnología, las frecuentes expediciones de compra, los fines de semana en la costa, los restaurantes caros... Si esto implica endeudarse con tarjetas de crédito, retrasar el matrimonio y vivir en apartamentos libres de niños... ¿cabe imaginar mejor prueba de lealtad hacia los superiores?" se preguntaba Marvin Harris.

"Debemos reubicar el futuro" advertía la antropóloga Margaret Mead. "A juicio de muchos pueblos de Oceanía el futuro reside atrás, no adelante. Los balineses opinan que el futuro se parece a una película expuesta pero no revelada, que se despliega lentamente, en tanto que los hombres están a la espera de lo que les mostrará. Interpretan que es algo que los está alcanzando, y nosotros también utilizamos esta figura retórica cuando decimos que oímos a nuestras espaldas las pisadas implacables del tiempo." 


Y hay mucho más ejemplos: Para los aymara, que viven en los Andes, el tiempo fluye desde la espalda, pues el futuro no lo conocen ni lo pueden recordar, y lo que está al frente (el pasado) es lo que se sabe o se ve. Para los yupno de Papua New Guinea, el pasado es siempre cuesta abajo en la dirección de la desembocadura del río local, ya que sus antiguos llegaron a  esas tierras por ese lado. La lengua de los boruya distingue cuatro formas de pasado: un pasado lejano, el de los fundadores; un pasado social de la historia del pueblo mismo; el pasado ordinario, el de la memoria de cada quien; y el pasado próximo, el de la noche que precede al día. El futuro como tal no existe, sólamente sirve para la repetición de estos tiempos del pasado. 
Lévy-Bruhl explica que cada tribu aborigen (Australia) posee un término especial para designar el pasado mítico, pero todas la designan como un "Sueño": es el tiempo de lo insólito o maravilloso, en que "lo extraordinario era la regla"

Si hay algo que nos distingue de los demás animales es nuestra capacidad de soñar, de imaginar historias que inventamos no sólo para fantasear y distinguirnos de los Otros, sino para prevenir. Todos los pueblos tienen sus propios mitos, y aunque se nos hayan olvidado, nosotros no somos menos. Nuestros antiguos también nos advirtieron de los peligros del Tiempo, y nos instigaban a matarlo. Santiago Alba Rico nos recupera uno, y relata: "El mito griego cuenta que Cronos (Saturno) devoraba a sus hijos nada más nacer, de igual manera a como los años los días y la horas se consumen sin cesar en el pasar inevitable del Tiempo. En esas condiciones era imposible cualquier tipo de vida política humana. Era como si el viento echase abajo todo cuanto los dioses y los hombres intentaban construir. Así, era imposible sentarse a hablar, a dialogar, a legislar. La ciudadanía era imposible, porque éstos no encontraban nada sólido a que agarrarse, ni un totem, ni un rito, ni una costumbre, ni siquiera la lengua permanecía, todo se lo llevaba el viento, el tiempo. Zeus consiguió derrotar a su padre Cronos. El Tiempo dejó de reinar. Sin duda, seguía pasando el tiempo, pero ya no era el dueño de todo. Los hombres pudieron levantar instituciones, palacios y templos, legislar costumbres y hablar, dialogar. El Tiempo retrocedió y la Palabra ocupó su lugar. Y se hizo "cultura".
Y es que en griego, ocio se decía “skhole”, de donde viene la palabra “escuela”. 
Pero a nosotros nos divierten, nos entretienen, nos distraen.
O sea, no aprendemos y ni siquiera somos medianamente conscientes de lo que hacemos con nuestro tiempo, y la vida no solo se nos pasa distraída, sino demasiado rápida. 

Nuestra manera de vivir es, como afirma un maestro budista, "hacer la limpieza de la casa en sueños". Nos decimos que queremos dedicar tiempo a las cosas importantes de la vida, pero nunca tenemos tiempo. Sogyal Rimpoché lo llama "la pereza occidental": "consiste en abarrotar nuestra vida de actividades compulsivas a fin de que no quede tiempo para afrontar los verdaderas problemas. Parece que nuestra vida nos vive, que posee su propio impulso imprevisible, que se nos lleva; en último término, nos parece que no tenemos elección ni control sobre ella". 

Gracias al zen, las personas aprenden a estar plenamente en lo que se hace, y consiguen concentración y habilidad. 

- Maestro, ¿qué haces tú para estar en el camino verdadero?.
- Cuando tengo hambre, como; cuando tengo sueño, duermo.
- Pero esas cosas las hace todo el mundo.
- No es cierto. Cuando los demás comen piensan en mil cosas a la vez. 
Cuando duermen, sueñan con mil cosas a la vez. Por eso yo me diferencio de los demás.
Es estar intensamente aquí, ahora, borrando el ego y olvidando lo que ha sido y lo que será, una actitud de concentración absoluta en lo que está pasando y de maravillarse ante las cosas más corrientes de la vida, para percibir así:


Copos de nieve,
cayendo suavemente: 
cada uno en su sitio.
(Haiku japonés)
 
¿Y porqué no ver la caída de la nieve como una experiencia inolvidable? Resulta que, biológicamente, nuestra noción del tiempo es cambiable, como lo son las ilusiones ópticas y, durante un hecho muy emocionante, ya sea por miedo, estrés o cualquier otro momento intenso, la amigdala interviene para retener esta información importante y retiene esos recuerdos de manera más rica, más densa, para archivarlo para próximas ocasiones parecidas. De modo que cuando se vuelven a leer más tarde, la sensación es que duró mucho. De esta manera, nuestra vida se hace más rica, más intensa y más larga.  
Pero en un mundo dedicado a la distracción, el silencio y la quietud nos aterrorizan, y nos protegemos de ellos por medio del ruido y las ocupaciones frenéticas. Contemplar la naturaleza de nuestra mente es lo último que nos atreveríamos a hacer. Y sin embargo "La sombra es la ropa del tiempo", dice un proverbio japonés.
“El relámpago se me hace largo” (“l'eclair me dure”) escribió René Char. "Pues bien" afirma Alba Rico, "a nosotros, los relatos se nos hacen largos; los libros, las catedrales, las explicaciones, las conversaciones se nos hacen largas; la muerte de 3.000 personas o la de 1.000.000 se nos hace larga; la realidad misma se nos hace larga. Y también, claro, la revolución se nos hace larga."
 
Tanto es así, que en seguida nos cansamos de ella. Según el antropólogo E. R. Leach, si algo es común en todas las culturas sobre el tiempo de la vida social, no sería ni el tiempo lineal ni el circular, sino un péndulo caótico, cuyas alternancias pueden ser esperables, pero no por fuerza previsibles ni precisables. "Una discontinuidad de contrastes repetidos". Un mundo que no se puede atrapar, como decían los bereberes de Cabilia. Son los acontecimientos sociales los que forman el tiempo social, son las personas y su mente de péndulo caótico las que hacen el tiempo, no al revés.
El nieto de Cronos, es Kairós, en la mitología griega responde al "momento adecuado para hacer algo". Por eso, Kairós tiene alas, él si es rápido porque su mente está educada y el tiempo es un péndulo caótico; y porta una balanza desequilibrada, porque el equilibrio no es una de sus mejores virtudes, al igual que el tiempo.     "¿Qué sucede si ya no hay mitos?", le pregunta el periodista Moyers al antropólogo Joseph Campbell.
“Basta leer el periódico.”, responde Campbell, “Es un desastre”.   
"Ahora leemos las noticias con la misma actitud fatalista o derrotista con la que leemos la noticia del tiempo." asegura Manuel Cruz, filósofo, "Se avecina una borrasca" o "sube la prima de riesgo" lo leemos exactamente con la misma actitud. No tiene nada que ver con nosotros, no podemos hacer nada. Con la borrasca llevaremos un paragüas, para la prima de riesgo nos prepararemos para cuando nos recorten el sueldo. Hay que recuperar la voluntad de protagonizar nuestra propia historia."
"El abandono del pasado no ha significado el alimentar el futuro entendido como el lugar imaginario donde albergamos nuestros sueños. Lo que hay es un gran presente voraz que se lo come todo."
“Cuando el hombre se pone al servicio de la sociedad, tienes un Estado monstruo, y eso es lo que está amenazando al mundo hoy" , afirma Campbell.



Fuentes:

"Entre cronos y kairós: las formas del tiempo sociohistórico". Guadalupe Valencia García.
"El naufragio del hombre" Santiago Alba Rico, Carlos Fernández Liria.
El libro tibetano de la vida y la muerte- Sogyal Rimpoché. 
“Cultura y compromiso: estudio sobre la ruptura generacional" Margaret Mead.
“La evolución de las sociedades humanas” Allen W. Johnson.
"La gran transformación" Karl Polanyi. 
"Memoria de un montañés" José Satué Buisán.
"Los Nuer." Evans-Pritchard
"Oriente y Occidente", Luis Racionero.
Robert Levine en su libro “La geografía del tiempo”
http://www.antropologiaurbana.com/wp-content/uploads/LA-MITOLOGIA-AMERINDIA-Mercedes-Fernandez-Martorell.pdf
http://es.scribd.com/doc/139337602/Historia-Oral
http://tems.umn.edu/pdf/EPThompson-PastPresent.pdf
http://www.rtve.es/alacarta/audios/carne-cruda/carne- cruda-filosofar-tiempos-revueltos-29-05-12/1423195/
http://www.veoverde.com/2011/05/amondawa-la-tribu-amazonica-que-no-concibe-el-tiempo/ 
http://www.youtube.com/watch?v=rh99hXkot94
http://neofronteras.com/?p=3849
http://onlinelibrary.wiley.com/doi/10.1207/s15516709cog0000_62/pdf
http://pss.sagepub.com/content/21/11/1635
http://astropuerto.com/?p=394
http://www.revistaesfinge.com/culturas/mitologia/item/693-92joseph-campbell-y-el-poder-del-mito

Saturday, September 14, 2013

El relativismo y el etnocentrismo: no todo vale.

"El antropólogo no tiene por qué afirmar que todas las culturas son buenas, pero está en la obligación de someter a todas, incluídas las propias, a la misma crítica negativa" 
Pedro Tomé, antropólogo.

"Que haya regímenes autoritarios o democráticos en el mundo no es problema para el antropólogo, sino para el ciudadano."
Claude Lévi-Strauss, antropólogo.


"Volvía a casa en un tranvía una tarde de agosto desde el campo en el que enseñaba durante algunas vacaciones de verano cuando estudiaba. Hombres blancos y negros que habían estado trabajando al sol subieron al tranvía. Estaban sucios y sudorosos. Una mujer blanca que estaba a mi lado se quejó del olor de los negros; efectivamente, olían. Me pregunté que pasaba con los trabajadores blancos, y me acerqué a ellos; también olían. El traje azul de algodón que yo llevaba estaba húmedo de sudor a causa del duro día que había tenido. Entonces me di cuenta de que... ¡yo también olía!. Fue un descubrimiento"


Hortense Powdermaker (1966)
El etnocentrismo es una actitud que consiste en considerar al grupo o cultura propia como superior, y es despreciativo respecto a otros grupos y culturas. Todos grupo desprecia a los demás, aunque la forma de hacerlo puede variar culturalmente.

La forma más simple de etnocentrismo es que una persona asuma ingenuamente que las premisas culturales son las mismas en todas partes. Todos nosotros somos problablemente culpables de esta clase de etnocentrismo, y nuestro enfoque  parte de la tradición histórico-político occidental.  
Esta posición universalista mantiene que existe un criterio moral aplicable a todos los grupos humanos, y se opone a la postura relativista que argumenta que los derechos son relativos al contexto cultural específico en el cual se desarrollan. 
Y aquí viene el gran debate de la antropología y no sólo de esta disciplina... Los relativismos.

El relativismo cultural aparece como una respuesta al etnocentrismo, en base al argumento de que los valores de una sociedad dependen del sistema cultural en el cual se originan y por lo tanto no puede haber un criterio universal.


Ojo! El relativismo cultural no toma por objeto los juicios morales, uno es relativista cultural como consecuencia de su conocimiento antropológico. El antropólogo Angel Diaz de Rada lo explica así "Simplemente, dado el conocimiento antropológico acumulado tras década de investigación empírica, los antropólogos sostenemos que, de hecho, hay muchos órdenes morales diferentes, muchas formas diferentes de interpretar lo que ha de ser entendido como buena vida, lo que ha de ser entendido como deseable. Y nos gusten o no nos gusten esas formas de vida, el único modo de empezar a entenderlas es percibirlas como diferentes." La metodología que utiliza, por tanto, es el relativismo metodológico, que implica una renuncia profesional a los juicios morales (como un/a médico que llorará si un ser querido ha fallecido por cáncer, pero deberá aparcar sus lágrimas en la medida de lo posible si quiere investigar un tumor maligno y tener un mayor entendimiento objetivo y neutral del tumor)



Un ejemplo práctico es el de Adriana Kaplan, antropóloga, que propuso un rito de iniciación “alternativo” en Gambia: un rito de paso que incluyera la significación psicológica de “convertirse en mujer”, que fuera aceptable para su cultura, y que no incluyera la mutilación genital como elemento.  

"Nosotros pretendemos un cambio desde el respeto, entendiendo su cultura. Por eso la vicepresidenta de Gambia estaba tan encantada con el proyecto. “Usted ha visto con ojos africanos”, me decía. Nuestra propuesta alternativa permite seguir manteniendo el significado del ritual. El gobierno de Gambia ha dado la bienvenida a este proyecto, porque estamos invirtiendo en el país, dejamos el conocimiento en su gente y sin que les cueste nada." 

"Se nos ha acusado desde sectores feministas radicales de defender prácticas que atentan contra los derechos. No es cierto. La obligación que tenemos no es relativizar, es comprender y no juzgar. Y desde la comprensión, proponer. Eso es lo que hacemos."


Luis Pancorbo, periodista y antropólogo, ha recorrido el mundo con una actitud que lo sitúa a medio camino entre la aventura y la antropología, y asegura que “Si tuviera que implicarme en las creencias de todos los pueblos que he conocido, en estos momentos sería ya incapaz de descubrir el bien y el mal. Por lo tanto en eso sí que tengo un cierto acercamiento antropológico, trato de ser un observador participante. No creo que existan verdades supermayúsculas.”
Eso sí, añade: 
“Cuando he filmado cómo los yanomami beben un puré de plátanos sobre el que arrojan las cenizas de sus muertos, soy consciente de que una parte de los espectadores puede conceptuarlos como salvajes. Probablemente no hay otra cosa que pueda repeler más a nuestra cultura que la muerte, y eso es algo que condiciona la perspectiva del telespectador. Pero no creo que por ese prejuicio deba renunciar a ofrecer estos planos, por cruda, diversa o ambigua que pueda parecer esa realidad a la hora de ser descodificada. Obviamente, ese tipo de situación puede originar un debate controvertido y complejo, dado que la propuesta relativista puede no ser válida en todas las circunstancias. De hecho, ninguna cultura es inocente y siempre hay reglas de dominio. Por eso, al abordar cuestiones como la ablación del clítoris o la lapidación de las adúlteras, hay que tomar partido y denunciar su práctica, se esté o no en televisión.”
Del relativismo de la que hablan tanto Adriana Kaplan como Luis Pancorbo es la propuesta del relativismo moral.


Paul Bohannan, antropólogo, cuenta:
"En 1950 me encontraba haciendo trabajo de campo entre los tiv de Nigeria Central. Una tarde, un tiv regresó de bañarse en el rio local. Metió la cabeza en mi cabaña para decirme que ya había vuelto. Le pregunté qué habia pasado. Me contestó: "No mucho. Se ha ahogado un hombre"
Inmediatamente salté ¿Qué? ¿¿Ahogado??

"¿Conoces el lugar del río donde el fondo cae de golpe? Bueno, era extranjero. Perdio pié, y no sabía nadar." 



"¿Nadie le salvó? ¿No intentaste tú salvarlo?" (Yo sabía que era un gran nadador)



La respuesta fué demoledora: "No era mío"



Entendí perfectamente lo que quería decir. Los tiv se toman molestias para prestar algún servicio a sus parientes, pero no cualquiera. Me encontré odiándole a él y a sus valores porque me habían enseñado a pensar que una vida humana es una vida humana, sin importar de quien sea. Pensé -y sigo pensando- que no le hubiese costado demasiado rescatar a aquel extraño.



Una semana más tarde, cuando estaba hablando con el mismo ayudante sobre las familia tiv, mencioné que no veía a mi madre desde hacía casi cinco años. Me miró horrorizado: ¿Quieres decir que no vas a tu casa a ayudar a tu madre?" Intenté decirle que nos escribíamos, que nos manteníamos en contacto, que ella no necesitaba mi ayuda. Mis explicaciones no sirvieron de nada, estaba tan ultrajado por mis valores como yo por los suyos. Después de considerarlo una y otra vez durante años, todavía creo que los míos son mejores. Sin duda él sigue creyendo que los mejores son los suyos."


El relativismo moral dice "tú eres capaz de hacer juicios morales, entonces no es lícito que no los hagas porque no todo vale." Y desde este enfoque, Bohannan "se ha mojado", y desde su óptica moral, opina que es intolerable dejarle ahogar a una persona, sea quien sea, y desde su óptica moral, cree que es mucho menos malo no tener tanto contacto con una madre. El tiv opina que es mucho peor ésto último. 
El relativismo moral afecta a la esfera de las creencias morales de las personas, de todas ellas, ya sean antropólog@s, políticos, albañiles o catedráticos. Tod@s tenemos derecho a opinar sobre lo que es para nosotr@s la buena vida.
Aquí aparece una forma más compleja de etnocentrismo, cuando la gente sabe perfectamente que existen diferencias culturales, pero que en lugar de tratar de comprenderlas y ver la humanidad común a través de las diferencias, consideran a la otra cultura como incorrecta, inmoral, inferior, o en el peor de los casos perversa. O al contrario: como una cultura casta y pura, sin maldad ninguna, o el mito del "buen salvaje".
De hecho, aquí viene la forma más compleja, y el primer paso más allá del etnocentrismo: supone darse cuenta de que otros pueblos... ¡también son etnocéntricos.!
Pero puede ocurrir también lo contrario que, en nombre de la cultura o en la idea suprema de preservar y salvar esa especificidad cultural en este mundo globalizado, preferimos mantenernos al margen de muchas cuestiones y no opinar, porque "es otra cultura diferente y no comprendemos". Este quizás es el relativismo más criticado, quizás por ser el más cómodo y extremo, y es el "como no lo entiendo, por si acaso, no lo critico: todo vale"
En uno y otro caso, sometemos a juicio moral las vidas de los otros sin ser copartícipes de esas vidas y arrebatándoles su protagonismo como agentes morales, "todo para la gente, pero sin contar con ella" 
Y, por lo tanto, en uno y otro caso, vemos la cultura como si no la crearan las personas, como si fuera algo estático a lo que hay que adorar. La historia, la tradición, la cultura, es algo creado y recreado por las personas, es decir, es algo que sirve a las personas, y no al revés.
Es lo que Edward Said planteaba en su libro Orientalismo, un libro que critica el pensamiento colonial occidental que representa lo oriental como algo exótico, decadente y corrupto, y que "se nos da ya definido, acotado y dispuesto de una forma cerrada y acabada." Y una cultura así, no existe, por suerte.
Entonces ¿como hay que tomarlas, cómo estudiarlas de manera objetiva?? 
"Hemos de ser sensatos" dice Luis Pancorbo "muchos antropólogos tienen discusiones periódicas para refundar su ciencia, que es muy versátil. El subjetivismo resulta imposible de extirpar, puesto que el etnólogo y el realizador de documentales televisivos siempre tendrán que utilizar su estructura mental y lingüística para traducir y dotar de un sentido a esa otra realidad.” 

Y es que no debemos olvidar que ese mito del poder de la ciencia, el que aboga por una ciencia totalmente objetiva y neutral, es también un mito propio de la idea occidental que propuso como incontestable el número: todo lo que se puede pensar, contar o medir. Sin embargo, hay muchos elementos cualitativos que son esenciales para vivir. Quizás, quien sabe, el/la médico que estudia el tumor lo hace por y pensando en su ser querido fallecido de cáncer y, es más, no quiere que nadie lo sufra más.
Por eso, Marc Augé tiene un truco que va por este camino, y es bien simple, de hecho, es una herramienta que los seres humanos la hemos ido desarrollando durante toda nuestra existencia, y que a veces parece en peligro de extinción: la empatía. 
"Podríamos tener todo un debate sobre las nociones de tolerancia, de relativismo, que son nociones ambiguas, pero ¿qué es la tolerancia? Que yo piense que tú tienes derecho a equivocarte y que esto es recíproco. En realidad, no pienso como tú, pero creo que tengo razón, claro que también puedo equivocarme. Sin embargo, no puedo decir que se puede pensar cualquier cosa y no tengo respeto hacia ciertos aspectos de algunas “culturas”, ya que, por ejemplo, para mí una mujer es exactamente igual que un hombre, a nivel teórico no tengo ningún respeto intelectual por las posiciones que dicen que hombres y mujeres tienen su puesto. Está claro que no voy a hacer la guerra, pero podemos pensar que tenemos que hacer un esfuerzo. Mañana la moda intelectual puede cambiar y lo importante me parece el individuo. La cultura se puede reivindicar por parte de los individuos, diría mejor “las culturas”, en esa mezcla que hay siempre, pero no hay que partir de la cultura, sino que hay que tomar al individuo como punto de referencia».

http://www.antropologiaurbana.com/wp-content/uploads/ENTREVISTA-A-CLAUDE-LEVI-STRAUSS-Mercedes-Fernandez-Martorell.pdf
http://www.elblogalternativo.com/2009/11/05/adriana-kaplan-antropologa-en-la-lucha-contra-la-ablacion-se-estan-violando-otros-derechos-humanos/
"Cambiar las gafas para mirar el mundo. Una nueva cultura de la sostenibilidad." Yayo Herrero, Fernando Cembranos y Marta Pascual (coords.)
"Para raros, nosotros." Paul Bohannan.
"Cultura, antropología y otras tonterías". Ángel Díaz de Rada.