Monday, August 26, 2013

Las mascotas del ser humano: yo no como perro.

“A pesar del hecho de que es perfectamente legal en 44 Estados (de Estados Unidos), comerse al “mejor amigo del hombre” es un tabú tan grande como lo sería que un hombre se comiera a su mejor amigo” 
Jonathan Safran Foer, escritor. 

"Los occidentales se abstienen de comer perros no porque sean su mascota favorita sino, fundamentalmente, porque constituyen una fuente de carne ineficaz" Marvin Harris, antropólogo.

Desmond Morris, zoólogo: de tal perro, tal dueño.


"El más antiguo animal simbiótico de nuestra historia es, indudablemente, el perro. No podemos saber exactamente cuándo empezaron nuestros antepasados a domesticar a este valioso animal, pero parece que hace, al menos, unos diez mil años.

La cría selectiva eliminó, sin duda, a los ejemplares díscolos, y surgió una nueva raza, mejorada, de perros domésticos, cada vez más sumisos y manejables. 
Los que estaban mejor dotados para la maniobra se convirtieron en perros de rebaño (perros de pastor). 
Otros, que tenían más desarrollado el sentido del olfato, fueron cruzados para el rastreo (sabuesos). 
Otros, atléticos y veloces, se transformaron el perros corredores y fueron empleados en la persecución de la presa (galgos). 
Ciertas clases más pequeñas fueron adiestradas para destruir alimañas (terriers). 
Y los primitivos canes de vigilancia fueron genéticamente mejorados hasta convertirlos en los perros de guarda (mastines).

Otras razas perrunas han sido selectivamente criadas para realizar cometidos más insólitos. Su ejemplo más extraordinario es el perro lampiño de los antiguos indios del Nuevo Mundo, raza genéticamente desprovista de pelo y con un grado de temperatura cutánea anormalmente alto, que fue empleado como forma primitiva de botella de agua caliente en los dormitorios de aquéllos.
En tiempos más recientes, el perro se ha ganado el yantar como bestia de carga, tirando de trineos o de carretillas; como mensajero o detector de minas en tiempos de guerra; como policía, siguiendo la pista o atacando a los delincuentes; como guía, conduciendo a los ciegos, e incluso como sustituto de viajeros espaciales. Ninguna otra especie simbiótica nos ha servido de manera más compleja y variada.

La ventaja que obtienen de ello es que dejan de ser enemigos nuestros. Su número ha aumentado en forma impresionante. En términos de población mundial, sus razas no pueden ser más florecientes. Pero su éxito es parcial, pues lo han pagado con su libertad de evolución. Han perdido su independencia genética, y, aunque bien alimentados y cuidados, están sometidos, en su procreación, a nuestros caprichos y fantasías."

"Incluso el más refinado científico es capaz de decir: «¡Hola, chico!», cuando acaricia a su perro. Aunque sabe perfectamente que el animal no puede comprender sus palabras, no puede resistir la tentación de pronunciarlas. ¿Cuál es la naturaleza de estas presiones antropomórficas, y por qué son tan difíciles de vencer?

Cada una de las especies preferidas posee ciertas propiedades peculiares de nuestra propia especie. Los rasgos antropomórficos más significativos de los diez animales predilectos son:
1. Todos ellos tienen pelo, y no plumas o escamas. 
2. Tienen silueta redondeada (chimpancé, mono, gálago, panda, oso, elefante). 
3. Tienen la cara plana (chimpancé, mono, panda, oso, león).
4. Tienen expresiones faciales (chimpancé, mono, caballo, león, perro)
5. Pueden «manipular» objetos pequeños (chimpancé, mono, gálago, panda, elefante). 
6. Sus posiciones son, en cierto modo y el algunos momentos, casi verticales.

El perro, que logra su alta clasificación antropomórfica gracias a su comportamiento social, siempre nos ha desilusionado por su posición. Esta es inflexiblemente horizontal. Resistiéndonos a aceptar la derrota en este punto, pusimos a contribución nuestro ingenio y pronto resolvimos el problema: enseñamos al perro a erguirse para pedir. En nuestro afán de antropomorfizar a la pobre criatura, fuimos aún más lejos: como nosotros no tenemos rabo, le cortamos el suyo. Y, como tenemos la cara plana, empleamos la cría selectiva para reducir la estructura ósea en la región del morro. Como resultado de ello, muchas razas de perro tienen la cara anormalmente chata. Nuestros deseos antropomórficos son tan exigentes que tienen que ser satisfechos, aunque sea a expensas de la eficacia dental del animal. Pero debemos recordar que este acercamiento a los animales es puramente egoísta. No miramos a los animales como a tales, sino como reflejos de nosotros mismos, y, si el espejo los deforma excesivamente, le damos una nueva curvatura o lo tiramos."

Marvin Harris, antropólogo: ¿no comen las personas mascotas?


"Hace poco unos amigos míos se mudaron a una casa en las afueras, situada en una parcela de dos hectáreas, con el fin de cultivar su pasión por la cría de caballos. (...) Mientras contemplábamos un par de caballos castrados y una gruesa yegua a través de una ventana panorámica, se me ocurrió comentar, como quien no quiere la cosa: 

Conozco a un tipo que quiere abrir una cadena de restaurantes de comida rápida a base de hamburguesas de caballo». 

Cuando mi anfitrión se calmó lo suficiente para tratarme como a un antropólogo estúpido y no como a un cuatrero en potencia, balbuceó: 

¿Comer caballos? Ni pensarlo. Son nuestras mascotas».

«¿No comen las personas mascotas?», me pregunté (a mí mismo, naturalmente... no quería arriesgarme a un nuevo malentendido). Los europeos, los norteamericanos o los neozelandeses de filiación europea (mi amigo había nacido en Nueva Zelanda) piensan que es evidente que las mascotas no son aptas para consumo. Sin embargo, como antropólogo, no veo nada de evidente en ello. Muchos animales que reciben un trato propio de mascotas pueden acabar, aun así, en los estómagos de sus dueños.

Antes de proseguir debo señalar que la distinción entre especies paria y mascota está sujeta a una cierta variación individual entre los miembros de cada cultura. (...) un pequeño porcentaje es aficionado a las boas constrictor, las tarántulas y las cucarachas. Efectivamente, Geoff Alison describe cómo disfrutan sus cucarachas sibilantes gigantes de Madagascar trepando por sus dedos: «Se lo pasan de miedo metiéndose por debajo y por encima, subiendo y bajando». En todas las sociedades hay individuos que se desvían de la norma.(...)

Entre los pueblos de Nueva Guinea y Melanesia (...) dan a sus cerdos un trato que un norteamericano consideraría muy semejante al que recibe una mascota. Entre los grupos de las Tierras Altas, las mujeres y los niños comen y duermen separados de los varones en la misma cabaña que los cerdos. Los hombres viven aparte, en «clubes» exclusivos para varones. Si un cochinillo ha sido separado de su madre, las mujeres no dudarán en amamantarlo con sus propios pechos al lado de una criatura humana. (...) Margaret Mead observó en una ocasión que en Nueva Guinea «se mima y consiente tanto a los cerdos que éstos adquieren todas las características de los perros: agachan la cabeza cuando se les regaña, se aprietan contra el amo para recobrar su favor, y así sucesivamente». Yo añadiría: «Y, además, son objeto de consumo como los perros de Nueva Guinea». Pues llega un momento en que hasta el cerdo más mimado acaba siendo comido en un festín aldeano o donado a otro poblado para hacer feliz al antepasado de otra persona.

El África oriental (...) los dinkas, los nuer, los shilluk, los masáis y otros pueblos pastores que habitan en el Sudán nilótico y el norte de Kenia miman y consienten a sus reses vacunas. Sólo que aquí son los hombres, no las mujeres, quienes se ocupan del ganado y quienes desarrollan con éste los vínculos más íntimos. Los hombres ponen un nombre a cada ternero y cortan y retuercen gradualmente su cornamenta para darle formas artísticamente curvadas. Hablan de sus bueyes y vacas en sus conversaciones y en sus canciones, les prodigan cuidados, los adornan con borlas, abalorios de madera y cencerros. Entre los dinkas, (...) el marido (...) duerme en el establo, entre sus reses. (...) No obstante, también tienen una afición bien desarrollada por la carne de vacuno (...).

Los occidentales se abstienen de comer perros no porque sean su mascota favorita sino, fundamentalmente, porque constituyen una fuente de carne ineficaz: los occidentales disponen de toda una variedad de fuentes alternativas de alimentos de origen y los perros prestan numerosos servicios que tienen muchísimo más valor que su carne.

En China, por ejemplo, con la escasez perenne de carne, el consumo de carne canina es la norma, no la excepción. Una anécdota archiconocida sobre dos aficionados a los perros, chino el uno, inglés el otro, ilustra esta pronunciada diferencia cultural. Se cuenta que, durante una recepción en la residencia del embajador británico en Pekín, el ministro de Asuntos Exteriores chino expresó su admiración por la hembra de spaniel del embajador. Éste le dice que la perra está para dar a luz y que se sentiría muy honrado si el ministro quisiera aceptar uno o dos cachorros como regalo. Cuatro meses más tarde, una canasta con dos cachorrillos es entregada en casa del ministro. Pasan unas pocas semanas y los dos hombres vuelven a encontrarse con motivo de una ceremonia oficial 

- «¿Qué le parecieron los cachorros?», preguntó el embajador. 

- «Estaban deliciosos», respondió el ministro.

Tres de los principales grupos polinesios, los tahitianos, los hawaianos y los maoríes de Nueva Zelanda, poseían perros antes de ser visitados por los navíos europeos.  Los polinesios apreciaban de sus perros no sólo la carne, sino también el pelo, la piel, los dientes y los huesos. (...) Sin embargo, pese a su afición por la carne canina, los polinesios daban a sus perros un trato muy semejante al que reciben las mascotas. Las mujeres hawaianas los amamantaban como hacían las guineanas con sus cochinillos. «A veces los perros se convertían en mascotas tan queridas que sus amas de cría los entregaban a regañadientes y con gran pesar.» (James King, 1779) Pero siempre acababan entregándolos, pues los hawaianos estimaban que los perros alimentados con leche humana eran los más sabrosos. Los varones maoríes también podían mostrarse afectuosos con sus animales, llevándoselos consigo en sus expediciones en canoa y en viajes largos, y los hawaianos expresaban un afecto análogo por sus canes al transportarlos en brazos o llevarlos a la espalda durante sus reuniones sociales y religiosas. 

Ochenta kilómetros al norte del Círculo Ártico, cerca del lago Colville, en los territorios del noroeste canadiense, vive un grupo de hares, (...)  cuya subsistencia se basa en la caza y la colocación de trampas. Su aborrecimiento de la carne canina concuerda perfectamente con la tesis según la cual si un animal tiene mayor utilidad vivo que muerto, éste no será objeto de consumo. En el transcurso de un mismo invierno-primavera, un cazador ―con sus perros― puede llegar a recorrer 3.500 kilómetros (...) impone a cada familia la necesidad de poseer una traílla de perros. A los hares no sólo les horroriza la perspectiva de comer carne canina, sino que les resulta tremendamente difícil deshacerse de perros enfermos, lisiados o inútiles, a pesar de que subsisten gracias a la matanza rutinaria de otros animales. 

El mayor foco, con diferencia, de consumo de carne canina, de Norteamérica y tal vez del mundo entero, se encontraba en el México precolombino, (...) no precisaban de perros para la caza, los necesitaban de forma apremiante para procurarse carne, ya que, como otros pueblos autóctonos de Norteamérica, no poseían más anímales domésticos que los perros y los pavos.

Los aborígenes adoraban a los dingos. Las mujeres indígenas eran tan propensas como las hawaianas a amamantar a los cachorrillos. Hasta que alcanzaban la madurez, los dingos recibían un trato muy parecido al de los niños. Ponían a cada uno un nombre, los besaban en el hocico, les susurraban palabras cariñosas, los llevaban en brazos para «proteger sus tiernas pezuñas de espinas y cardos». Pero en épocas de escasez sí que se comían a sus compañeros de campamento caninos, cachorros incluidos si la cosa se ponía suficientemente fea.

El dingo también prestaba servicios como centinela. Antaño los aborígenes eran bastante belicosos y muy dados a emboscadas, incursiones y ataques por sorpresa que realizaban chamanes enemigos.
Éstos rendían otro servicio más al ayudar a los aborígenes a combatir el frío durante la noche.(...) Un explorador contó dos mujeres y catorce dingos bajo una misma manta. Con frecuencia las mujeres se los ponían alrededor de la cintura, agarrando las patas delanteras y el hocico con una mano y las patas traseras y el rabo con la otra, como si se tratara de almohadillas caloríferas portátiles.

La mayoría de los norteamericanos piensa que la característica esencial de la condición de mascota es la inutilidad, más que la utilidad. Hasta los diccionarios lo dicen: 

«Mascota [pet]: animal domesticado que se tiene por placer, no por su utilidad.»

Pero esta definición contiene un grave error, ¿verdad? ¿Desde cuándo se oponen el placer y la utilidad? ¿Acaso una vaca hindú que proporcione cantidades abundantes de utilísima leche da menos placer a su dueño que una vaca seca y estéril?

Ni los perros, ni los gatos, ni los caballos se hubieran domesticado de no ser por los servicios que prestaban en materia de caza, protección de la propiedad, lucha contra los roedores, transporte y guerra.


La idea de que las mascotas son inútiles se deriva de las costumbres de posesión de animales de las clases aristocráticas. En las cortes imperiales de todo el mundo antiguo, desde China hasta Roma, existían jardines zoológicos donde se exhibían animales y aves exóticos con fines de esparcimiento y como símbolos de riqueza y poder. La realeza egipcia tenía predilección por los felinos, en particular por los cheetahs, en tanto que los emperadores romanos apostaban leones delante de las alcobas en que dormían. (...) Los plebeyos no podían menos que sentirse impresionados por la habilidad de sus gobernantes para mantener leones y tigres devoradores de hombres como mascotas, especialmente porque estas fieras eran alimentadas con esclavos díscolos y prisioneros de guerra. Por añadidura, los animales exóticos servían, junto con el oro y las joyas, como instrumentos de relaciones exteriores (...) Una costumbre relacionada era la de llevar serpientes vivas alrededor del cuello, que practicaban las mujeres aristocráticas egipcias, lo mismo que las mujeres pudientes contemporáneas (o las que aspiran a serlo) se ponen visones muertos sobre los hombros. En la Europa medieval las casas reales albergaban toda clase de animales (...). En el siglo XVII las damas elegantes llevaban perritos sobre el pecho, se sentaban con ellos a la mesa del comedor y los alimentaban con golosinas. Pero el pueblo llano no podía permitirse el lujo de tener animales que carecieran de utilidad para la protección, la caza, el pastoreo o la captura de roedores. Al surgir las clases mercantiles o capitalistas, la posesión de mascotas consentidas se convirtió, por lo tanto, en una de las principales formas de demostrar que se había dejado de ser un plebeyo. 

La utilidad primordial de las mascotas en la sociedad contemporánea consiste en que pueden sustituir a los seres humanos a la hora de colmar nuestra específica carencia cultural de relaciones cálidasque nos aporten apoyo mutuo y amor.(...). Como tales, nos ayudan a superar el anonimato y la falta de comunidad social que engendra la vida de las grandes ciudades; «caldean el aire mortecino» de los apartamentos vacíos, y proporcionan a muchísima gente sola un motivo, en forma de ser vivo, para volver a casa. Como sustitutos del ser humano, pueden reemplazar a maridos, esposas o hijos ausentes o poco cariñosos, llenan el nido vacío y alivian la carga de la soledad que, en las culturas hiperindustrializadas, es a menudo consustancial a la vejez. Y pueden hacer todo esto sin imponer los recelos y castigos que son característicos de los seres humanos reales atrapados en relaciones altamente competitivas, estratificadas y explotadoras.

La Clínica de Animales de Compañía de la Universidad de Pennsylvania descubrió que el 98% de los dueños de mascotas hablaban con sus animales, el 80% las trataba como «personas, no como animales», y un 28% se confiaba a ellas y les contaba los acontecimientos de la jornada. Los nómadas asiáticos cantaban sobre yeguas en sus canciones de amor y los nuer entonaban cánticos de alabanza sobre su ganado, pero dudo que hablaran a los caballos y a las vacas sobre los acontecimientos de la jornada como si se tratara de personas.  
¿Qué razones podrían tener para hacerlo si siempre estaban rodeados de oyentes humanos reales?"

Nigel Barley, antropólogo: Los toraja y los perros.



"Un día, (los toraja) volvieron de la calle muertos de risa. 

- El parque -decían- está lleno de locos! 

- ¿Qué hacían?
Sonrieron.
-Caminaban... llevando perros... en el extremo de una cuerda.-Y volvieron a reír, esta vez a carcajadas. 

- Pero si vosotros hacéis lo mismo con los búfalos. Los lleváis a nadar. He visto a algunas personas aceitándoles las pezuñas y cepillándoles las pestañas. 

Por supuesto, se mostraron de acuerdo, aunque de mal humor. Pero eso era otra cosa. Hacerlo con un perro era como hacerlo con un ratón. ¡Una locura!"



Fuente (capítulos abreviados de):
"Bueno para comer, enigmas de alimentación y cultura." Marvin Harris.
"El mono desnudo." Desmond Morris. 
Entrada relacionada:  http://unaantropologaenlaluna.blogspot.com.es/2011/04/sabiduria-natural-los-awa-y-los-korowai.html

Tuesday, August 20, 2013

Memoria de un montañés (y de todos los que tuvieron que marchar): pueblos deshabitados.

"Ya con los machos en la calle, mi hijo mayor entornó una hoja de la gran puerta. Yo volví la otra e hice girar por dos veces la llave, y aún la empujé para comprobar si quedaba cerrada.

–¡Adiós, casa, adiós! Venga, vámonos 

–pensé, porque no tuve fuerzas para decirlo.

Dentro quedaron sesenta años de mi vida, de entradas y salidas, de sueños compartidos, de cuentos, de planes alrededor del hogar… La entereza de mi madre me dio la fuerza para seguirla, dar media vuelta y marchar calle abajo, como una silenciosa procesión, sin volver la vista atrás, con tristeza contenida, apretando los dientes con rabia, por tener que abandonar la tierra que nos vio nacer."

Erase una vez un pueblo muy pequeño, sobre un cerro orientado al sur, azotado por todos los vientos.
Allí había unas gentes que hablaban un dialecto diferente, mientras trabajaban todos los días por los campos y cuidaban sus animales, hacían fuego en los hogares y el humo salía por las chimeneas.

Pero se tuvieron que  marchar y el lugar quedó deshabitado. 

El pueblecito se llamaba Escartín, en Huesca, España, pero se podía llamar de otra manera, porque esta historia es la historia de muchos pueblos que quedaron abandonados, y de muchas personas que tuvieron que emigrar. Como tantas otras gentes, ahora y antes, de muchos lugares, de distintos colores de piel...


"-Esto ya es imposible: las paredes se caen por todas partes, los arbustos lo están invadiendo todo, la barrancada se llevo los azudes...- me lamentaba, sentado en la cadiera.
- Y si sólo fuera eso: más tristeza me da a mí pasar todos los días delante de las puertas cerradas, sin tropezarte con gente para hablar en las esquinas y en los caminos- añadía mi mujer.
- Y aún os penará dejar esto!! En toda mi vida no he visto más que privaciones y y sacrificios, trabajo abundante y ninguna comodidad - apuntaba mi madre Serafina. "Todos están marchando y nadie vuelve...!" Con esta frase nos machacaba a menudo."

Más de 100 años después de la llegada del agua corriente a la capital, en Escartín, como en muchos otros muchos pueblos del mundo, no había agua corriente.
Casi 100 años después de que Tomas Edison iluminase una calle de Nueva York, en Escartín, como en tantos otros pueblos del mundo, no había luz eléctrica.
4 años antes de la llegada del hombre a la Luna, en Escartín, como en tantos otros pueblos, no había ni una sola carretera de acceso.

Sin embargo, hasta 1965 en Escartín vivían unas cuantas familias, en unas casas ancestrales, del trabajo de sus manos, del cultivo de las laderas abancaladas, del pastoreo, del trueque, en una economía de subsistencia, en una vida dura pero sencilla, tal vez feliz... y sin embargo, debieron tomar la difícil decisión de irse todos de allí.. Eran ya tan pocos que no podían sobrevivir, al menos como habían vivido hasta entonces.

"Memoria de un montañés" narra en primera persona el último año que José Satué Buisán pasó en su pueblo, Escartín, antes de emigrar a Tierra Baja... el lento transcurrir de los días, precursores de un adiós irreversible...y la necesaria adaptación a una nueva vida, en la ciudad, con el descubrimiento del 'progreso', del 'ocio' y de la 'civilización'.

Y entre otras muchas cosas, cuenta:

EN EL PUEBLO (Y LA FIEBRE DE LA MARCHA).


"En la fuente, en los vecinales, en las fiestas, entre los pastores, en los carasoles, no se hablaba de otra cosa. Por todos lados circulaban los cantos de sirena, las bondades de una vida mejor, llena de comodidades, en cualquier parte, lejos de nuestra tierra. Las cabezas se llenaron de burbujas -¡un jornal, seguros, vacaciones, pisos con todas las comodidades, diversiones...! que fueron seduciendo a personas, familias, pueblos enteros..."

"-Esta tierra nos lo ha dado todo, trabajando sí, pero hambre no hemos pasado, y ahora tener que abandonarla, olvidando el esfuerzo de nuestros padres, de nuestros abuelos...
Abandonar todo esto después de tantos esfuerzos por parte de nuestros antepasados, me parece una falta de respeto hacia ellos! Mi padre, mi abuelo, jamás me lo perdonarían!"

"Una figura para la nostalgia, toda la familia reunida a la luz del hogar, cada uno en su escaño, bajo la gran campana de la chimenea, por la que ascendieron tantas esperanzas mezcladas con el humo gris, hacia el espacio infinito.
- Qué más necesitábamos! Cómo puede ser que de la tarde a la mañana esta tierra sea la peor del mundo!!- Pensaba, con reiteración."

"- No le des vueltas, que el mundo no se acaba aquí, tu padre hubiese hecho lo mismo en esta situación, las veces que decía "¡si nos hubiésemos marchado el día de la pedregada!" así intentaba tranquilizarme mi madre, adivinando mis pensamientos."

"- Si nos hicieran una carretera, nos pusieran la luz eléctrica e hicieran un puente en Forcos, ¡para luego me iba yo de aquí!
-Calla, calla, esto es lo último del mundo. ¡Mira si vuelven los que se fueron! -saltaba en seguida mi madre."

"Tenía serias dudas de que yo algún día pudiera cambiar, o si se cumpliría el dicho "árbol trasplantau, antes muerto que escapau!""

"Para mi todos los días eran distintos, aunque las tareas se repitieran cíclicamente cada año. El cielo que nos cubría variaba de un día para otro: sus tonos, la forma y el tamaño de las nubes... El paisaje (...) variaba a diario, sólo las siluetas de los montes permanecía constante. Monotonía de vida, vista a distancia, desde la lejanía del tiempo, pero allí no lo era tanto, al menos para mí. No era lo que aparentaba ser: era la vida de nuestros abuelos, la de nuestros padres, la que nosotros conocíamos, y nos parecía la mejor."

EN LA CIUDAD (CON LAS RAÍCES AL AIRE)


"Nos recibió una ciudad dormida en silencio, apenas roto por los pasos de algún trasnochador despistado, caminando por las aceras, bajo la tenue luz de las farolas.
- Tendremos que comprar un par de armarios roperos, el comedor completo, alguna cama, unas perchas...(...)
-Pues ya me podéis dar dinero...
¡Dinero! ¡Dinero! ¡monedero! ¡monedero! Ésa fue la primera y nueva realidad que descubrimos el primer día en la ciudad, la gran novedad. Hasta entonces habíamos vivido sin dinero, sólo lo veíamos cuando vendíamos los animales, que, a su vez, nos servían de moneda de cambio para adquirir las pocas cosas que no teníamos en casa (telas, vino, aceite, azúcar, arroz...) (...) ¡quién lo iba a decir!, si siempre habíamos salido de casa con los bolsillos vacíos, bueno, con la navaja y el pañuelo de cuadros, nada más.
- ¡Es que hasta ahora era muy bonito bajar a la bodega y llenar la sartén, madre! Aquí la despensa está vacía y bien tenemos que comer..."

"No cabe duda de que apreciábamos todas esas comodidades. Las apreciábamos tanto que nos parecían un lujo, y las usábamos con mesura. (...) Habíamos tenido siempre la austeridad de bandera y no podíamos derrochar ni un litro de agua, ni un kilowatio de luz. (...) Los mayores nos lavábamos con el lavabo cerrado y con la menor cantidad de agua posible, reminiscencias de la palangana. Ah, y el agua del lavadero serviría para el W.C. igual que la de la fregona. Llevábamos tan arraigado el esfuerzo de ir a por agua a la fuente, que nos impedía derrochar ni una gota, aunque la pudiésemos pagar."

"Aquel día significó un antes y un después en nuestra casa; el transistor quedó arrinconado,(...), y el televisor se convirtió en monólogo de las veladas, silenciosas y sin chimenea de la ciudad:
- Calla, calla, que no dejas escuchar...
Se acabaron las historias de lobos y de osos, de fiestas y de nevadas, de romerías y de pastores... Un aparato cuadrado las acalló (...)"

"Al principio me llamaban la atención los grupos de personas que, sábados y domingos, paseaban tranquilamente y sin prisa, parándose en las esquinas y volviendo a marchar, sin rumbo (...) Otros, apoyados en las barras de los bares, como si las estuviesen sujetando, hablando ratos y ratos (...) No entendía como la gente podía pasar el tiempo sin hacer nada, (...) porque en nuestra mentalidad siempre cabía el trabajo, ni un paso en balde, siempre haciendo algo (...). Pasear, caminar por caminar, no tenía ningún sentido para mí, me parecía absurdo. Si alguna vez en mi vida pisé un bar, fue por algún compromiso, jamás por iniciativa propia. Posiblemente me sucedió como a muchos de mi generación: "cuando tenía sed, llevaba el bolsillo vacío, y ahora que tengo dinero, no me apetece beber""

"- Ahora sí que no pasa, os tenéis que poner el teléfono.
Imposible se nos resistía, eso ya era demasiado, sólo con oírlo nos poníamos nerviosos...
-Cógelo, cógelo tú, que estás más cerca...
Nos recordaba a los telegramas de antaño, que jamás traían nada bueno, ¡la cara del cartero lo decía todo!: nos lo entregaba con la izquierda y con la derecha ya nos daba el pésame. Nos costó bastante comprender que el teléfono era distinto, las noticias no tenían por qué ser siempre malas, aunque los nervios se atirantaban cada vez que sonaba."

"-Si nos hubiesen hecho un puente, teníamos la carretera más cerca.
- Con cuatro postes hubiese llegado la luz desde Bergua...
Todas las ideas caían por su propio peso, porque faltaba la premisa principal: allanar la laderas y convertirlas en un plano inmenso, por donde pudiera llegar la modernidad, las máquinas o las comodidades, porque los montes y los barrancos les cerraban el paso..."

"Fuimos los montañeses quienes tuvimos que salir al encuentro de los cambios, hacia los tiempos modernos. Una vida mejor en todos los aspectos, pero que no fue capaz de borrar la nostalgia de los tiempos pasados.
¿Por qué tuvimos que emigrar?

Y si fuera encontramos una vida mejor, ¿por qué en nuestros fuero interno nos martilleó siempre la pena de haber abandonado nuestra tierra?"

¡Qué pena me da, dejar el lugar este!
¡Mi escuela, y mis niños, y todos los vecinos! ¿Verdad? 
Dios mio!!! 
Que tan buenos han sido.

Dejó escrito en la pared de La escuelita del pueblo Escartín, una maestra sevillana en los años 50.

"¡¡Cuidad mi jardín!! y la Iglesia. ¿sabeis?" escribió también.


http://www.escartin.org/

Wednesday, August 14, 2013

El juego de la vida: juegos de todo el mundo.


"Para jugar verdaderamente, el ser humano, cuando juega, a de volver a convertirse en niño." Johan Huizinga.

"Puede descubrir más sobre una persona en una hora de juego que en un año de conversación". Platón.

Quizás se podría decir lo mismo para descubrir más sobre una cultura. 
Así como muchas sociedades muestran profundas similitudes en sus ritos para invocar la fertilidad o en su adoración al sol y a la luna, muchos juegos parecen ser comunes en diversas partes del mundo. De hecho, muchos juegos que ahora pasan por ser meros pasatiempos infantiles son, en realidad, reliquias de antiguos ritos religiosos. 

Pero también es cierto que muchos otros demuestran grandes modificaciones locales, y también los hay que sólo se juegan en una cultura concreta.

El juego de la cuerda o el de la cuna ha servido de transmisor de valores, leyendas, mitos e incluso forman parte de rituales y prácticas adivinatorias desde tiempos remotos. Es conocido en todo el mundo, como se explicará más adelante.

(Para visualizar las fotos en tamaño grande, hacer link en ellas)

La rayuela, (el avioncito, el tejo...) tiene que ver con los antiguos mitos sobre laberintos y ha sido adaptado, más tarde, para representar el viaje cristiano del alma, desde la tierra hasta el cielo. Sigue representando el conocimiento de uno mismo, al igual que el juego de la oca o el parchís, reflejando en el juego las dificultades de la vida con el nacimiento, el crecimiento y la muerte.


Los juegos de echar a suertes, como los dados y las tablas, daban la oportunidad a los seres humanos de consultar a los dioses para tomar decisiones difíciles. Y el resultado de juegos emprendidos entre campeones era interpretado por sacerdotes u otras personas capacitadas para leer el futuro. Incluso en 1895, mientras los franceses atacaban la capital de Madagascar, la reina nativa Ranavalona III y su pueblo tenían más fe para conseguir la victoria en el resultado de un juego de predicción llamado "fanorona", practicado por los adivinos, que en su propio ejército. 




Otros juegos son un intento de desarrollo educativo de habilidades. El ajedrez era una reconstrucción imaginaria de un campo de batalla. El predecesor de todos los juegos de la familia del ajedrez, es decir, no sólo del ajedrez europeo sino también del xiangqi, shōgi o el markuk, surgió presumiblemente en la India septentrional como juego para cuatro. Este ajedrez primitivo se conocería como chaturanga.


 
Otras habilidades como fuerza o destreza encierran juegos tales como los dardos, el aro, las carreras pedestres, etc. Antiguamente los soldados japoneses tenían que jugar al "rehilete" para potenciar su agilidad y velocidad; los jóvenes indios americanos afinaban su puntería lanzando dardos a través de una argolla. 



Los juegos son un espejo de cada civilización. En el juego afgano "buzkashi", grupos de fieros caballistas combaten en una lucha sin cuartel ni limitaciones por la posesión de un ternero degollado. El objetivo es arrastrar la res muerta, defendiéndola de todos los competidores, y llevarla alrededor del campo hasta la meta. 
El conflicto entre nómadas y sedentarios está dramatizado en el juego de tablero "dablot prejjesne" que se practica en Laponia. Un jugador controla la fortuna de un rey, un príncipe y 28 guerreros lapones; el otro tiene un terrateniente, el hijo del terrateniente y 28 granjeros arrendadores. 
El Monopoly es uno de los juegos de mesa más vendidos del mundo, y consiste en hacer un monopolio de oferta, poseyendo todas las propiedades inmuebles que aparecen en el juego.




Algunos juegos son conocidos en casi todo el mundo y sus variaciones locales nos aportan una enorme información sobre las particularidades de la cultura a la que han sido adaptados. Uno de esos juegos universales es la anteriormente mencionada "la cuna" o el juego de la cuerda, conocida en África, Asia, Europa, el hemisferio occidental, el Pacífico, etc... 

Es uno de los juegos favoritos de los Inuit. El jugador cuenta una historia en cada figura y, dentro de esta tradición, las leyendas de los Inuit (esquimales) han permanecido inalterables a lo largo de todas las generaciones: cada figura que adopta la cuerda sirve al jugador para recordar sus cuentos. Las figuras representan pájaros, canoas, trineos, osos, zorros y otros elementos de la vida ártica. Algunos Inuit creen en un espíritu del juego de la cuna, y un exceso de indulgencia en el juego puede poner a un  participante bajo el poder del "espíritu", pero el caso es que son capaces de realizar lazadas y figuras extraordinariamente complicadas con ayuda de labios, dientes, dedos de las manos y de los pies.

Más al sur, los Navajos del sudoeste de los Estados Unidos hacen figuras de cuerda que representan tiendas, coyotes, conejos y constelaciones de estrellas. 

En Nueva Guinea simbolizan lanzas, tambores, palmeras, peces y cangrejos. Cada pueblo tiene sus propias figuras, tomadas de su entorno; cada uno tiene su propio sistema de valores y tradiciones asociado al juego. 

El kaikai de Rapa Nui es una forma de relato muy antiguo que consiste en hacer figuras a través de este juego, al tiempo que se cantan en el idioma antiguo diversas historias sobre los antepasados, o la vida cotidiana de la isla. A lo largo del siglo XX se recogieron cerca de 100 cantos diferentes, cada uno de ellos con figuras diferentes y de distinta complejidad. 



En "Homo Ludens", Huizinga sostiene la tesis de que el juego puede ser el fundamento de la cultura, en su opinión las grandes ocupaciones de la convivencia humana están impregnadas de juego. En particular, el juego comienza desde el lenguaje: 
"Jugando fluye el espíritu creador del lenguaje constantemente de lo material a lo pensado." 

Es a través de las metáforas como la humanidad se crea una expresión de su existencia, un segundo mundo inventado, paralelo al mundo de la naturaleza: 

"En el mito encontramos una figuración de la existencia...Mediante el mito trata el hombre primitivo de explicar lo terreno."

Y descubre ciertas características del juego:


1) El juego es libre.


2) El juego es ambiguo, hay que tomárselo en broma y en serio.




3) El juego es desinteresado, en tanto que lo que se juega es un "algo" que no pertenece a la vida, es decir, se halla fuera del proceso de satisfacción de necesidades y deseos.





4) El juego "adorna la vida", "la complementa y es, en ese sentido imprescindible para la persona, como función biológica, y para la comunidad por el sentido que encierra, por su significación, por su valor expresivo y por las conexiones espirituales y sociales que crea, en una palabra como función cultural."




5) El juego tiene una delimitación temporal: Se juega dentro de determinados límites de tiempo y espacio. Agota su curso y su sentido dentro de sí mismo. Éste comienza y en un determinado momento, ya se acabó. Terminó el juego. 



6) Pero una vez que se ha jugado permanece en el recuerdo como creación cultural y es transmitido por tradición, puede ser repetido en cualquier momento...




7) El juego también tiene una delimitación espacial, pues siempre se juega "dentro de un campo": "El estadio, la mesa de juego, el círculo mágico, el templo, la escena, la pantalla, el estrado judicial, son todos ellos por la forma y la función, campos o lugares de juego; es decir, terreno consagrado, dominio santo, cercado, separado, en los que rigen determinadas reglas."



8) "Dentro del campo del juego existe un orden propio y absoluto. He aquí otro rasgo positivo del juego: crea orden, es orden. Lleva al mundo imperfecto y a la vida confusa una perfección provisional y limitada. El juego exige un orden absoluto."




9) El juego es ético: "quiere decir incertidumbre, azar, es un tender hacia la resolución. Con un determinado esfuerzo algo tiene que salir bien...Este elemento de tensión presta a la actividad lúdica, que está más allá del bien y del mal, cierto contenido ético. En esta tensión se ponen a prueba las facultades del jugador: su fuerza corporal, su resistencia, su inventiva, su arrojo, su aguante y también sus fuerzas espirituales, porque en medio de su ardor para ganar el juego, tiene que mantenerse dentro de las reglas, de las reglas de lo permitido en él."




"No se trata del lugar que al juego corresponda en la cultura, sino en qué grado la cultura misma ofrece un carácter de juego." 
Johan Huizinga.











Fuentes:
http://ludoskopio.blogspot.com.es
http://stevemccurry.wordpress.com/2011/10/23/fun-and-games/
http://museodeljuego.org/investigaci%C3%B3n/bibliopediapublicaciones/juegos-de-todo-el-mundo/