Sunday, April 17, 2011

Revolucionando el espacio público: el transeunte.

"Nada de porches delanteros. Mi tío dice que antes solía haberlos. Y la gente, a veces, se sentaba por las noches en ellos, charlando cuando así lo deseaba, meciéndose y guardando silencio cuando no quería hablar. Otras veces permanecían allí sentados, meditando sobre las cosas. Mi tío dice que los arquitectos prescindieron de los porches frontales porque estéticamente no resultaban. Pero mi tío asegura que éste fue sólo un pretexto. El verdadero motivo, el motivo oculto, pudiera ser que no querían que la gente se sentara de esta manera, sin hacer nada, meciéndose y hablando. Éste era el aspecto malo de la vida social. La gente hablaba demasiado. Y tenía tiempo para pensar. Entonces, eliminaron los porches. Y también los jardines"
Farenheit 451

 Manuel Delgado, antropólogo urbano, afirma:

"Las políticas urbanísticas no diseñan las ciudades al margen de la socialidad sino contra ella, advirtiendo hasta qué punto la consideran algo así como una usurpación indebida por parte de los usuarios, como si prefirieran no verlos ahí, en la calle. Creo que, en el fondo, los diseñadores de ciudades y aquellos a quienes sirven no sólo desconfían de las prácticas reales de los urbanitas, sino que creen que lo mejor es que en las ciudades sólo hubiera las confirmaciones de su sueño imposible de una ciudad pacificada, amable, desconflictivizada, por la que una pléyade de seres sonrientes y sumisos se limitaran a ir de casa al trabajo o al centro comercial y, de vez en cuando, pasear tranquilamente por lugares debidamente indicados."

"Es hipócrita, porque lleva a cabo su adoctrinamiento a partir de una falsa e imposible igualdad de los seres humanos, muchos de los cuales, en nuestras ciudades, ni siquiera son ciudadanos de pleno derecho. Es una mera retórica, como si todos los problemas sociales fueran teóricos. Nadie sufre, a nadie le echan de su casa, a nadie le despiden del trabajo y todo se soluciona con buen rollo. Ni una palabra que insinúe que lo que fallan son estructuras que no es que produzcan injusticia, sino que se alimentan de él"

Pero la idea del espacio público como garantía de la democracia y como espacio de libertad para los ciudadanos se encuentra hoy en profunda crisis.

La población urbana se caracteriza hoy por su elevada heterogeneidad y fragmentación, pues conviven grupos humanos con diferencias relevantes en materia de estructura sociodemográfica, estatus socioeconómico, estilos de vida, pautas de consumo, sistemas de valores, actitudes, percepciones y preferencias.

Ofrecer ese espacio de convivencia e igualdad es una tarea muy difícil; la realidad actual ha superado a los responsables encargados de gestionarla. 

Manuel Delgado opina igualmente:
"El capitalismo ha concebido ciudades cuanto menos planificadas mejor -en eso consiste el liberalismo- pero en las que nada de lo que pasa en la calle queda fuera de vigilancia. Los poderes político-urbanísticos están obsesionados en monitorizar el espacio público y lo que suceda en él, pero abandonan la ciudad al despotismo del mercado" "El espacio público ha dejado de ser un espacio de oportunidad para la colectividad, sus administradores parecen considerarlo exclusivamente como un espacio problemático y solo actúan para vaciarlo y prevenir cualquier tipo de problema, limitando todo tipo de actividad espontánea de los ciudadanos. Todo queda bajo control y en algunos casos ese control se vuelve casi policial".

Así las cosas, las sociedades occidentales están pasando de producir comunidades a producir colectividades, donde la escasez de solidaridad entre sus miembros obliga a una mayor necesidad de organización colectiva.

Manuel Delgado nos recuerda que lo que une a las personas y las convierte en poderosamente solidarias no es que piensen lo mismo, sino que experimentan y se transmiten lo mismo. "La comunidad se funda en la comunión y exige coherencia; la colectividad, en cambio, se organiza a partir de la comunicación y lo que necesita y produce es cohesión . Una comunidad es una unidad social severamente jerarquizada, que encierra a sus componentes en un orden cosmovisional y organizativo del que ni deben ni sabrían escapar, amparándose en la tradición, en la historia, o en la voluntad de los dioses o de los ancestros, y donde todo lo que manche este orden será relegado. En una colectividad, lo que une a las personas y las convierten en poderosamente solidarias no es que piensen lo mismo, sino que comparten unas mismas sensaciones, aportando diferentes maneras de percibir el mundo"

Probablemente, lo más sensato es trabajar para facilitar ese proceso de comunicación que según Delgado produce y alimenta una colectividad: devolver a los espacios públicos esa función de experimentar colectivamente y transmitir de manera transparente información local, en una coexistencia pacífica y armoniosa de lo heterogéneo de la sociedad, marco en que se supone que se conforma y se confirma la posibilidad de estar juntos sin que caigamos unos sobre otros. Ese espacio público donde nos ponemos de acuerdo en un conjunto de postulados donde las diferencias se ven superadas, sin quedar olvidadas ni negadas del todo, sino definidas aparte, en ese otro escenario al que llamamos privado.

Para conseguir esto, necesitamos pensar en el derecho a la INdiferencia.
"Quien soy yo? Eso sólo me concierne a mi. La identidad de cada uno es un asunto particular. Mi forma de ver el universo, de hacer las cosas es parte de mi vida privada. En lo público, la diferencia no es negada, es puesta aparte, que pertenece a lo privado"

"Porque realmente el último reducto de la comunidad perdida, esa verdad  o integridad que existía antes y que ahora hay elementos que la ponen en peligro, es uno mismo. La idea de intimidad es que por encima de cualquier cosa, YO SOY una comunidad, yo soy una pequeña patria que siempre verá en peligro su coherencia interna. Realmente es la invención del sujeto, porque ahí fuera todos son amenazas, conspiraciones contra esa integridad que no podemos mantener, es imposible"

"La actividad más banal de cualquier transeúnte ya es una labor poetizadora. El viandante que va de un punto a otro pone de manifiesto cómo una ciudad no es otra cosa que una sociedad de lugares, un orden de puntos que dialogan entre ellos. Parafraseando a Spinoza, diríamos que nadie sabe lo que puede un transeúnte. De pronto, seres humanos que no se conocen y que es probable que nunca más vuelvan a coincidir en un punto, un mismo día a una misma hora, para hacer lo mismo en una misma dirección. Que sea para participar de una fiesta o para hacer una revolución es sólo una cuestión de intensidad, de una intensidad que señala la diferencia entre poder cambiar la sociedad y cambiarla de verdad. Pero el acto primero siempre es el mismo: bajar a la calle, para reunirte con otr@s".




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