"Lugar Sarajevo. Hagamos allí mentalmente una encuesta imaginaria:
Vemos en la calle a un hombre de cincuenta y tantos años. Hacia 1980, ese hombre habría proclamado con orgullo y sin reservas: ¡Soy yugoslavo!; preguntando un poco después, habría concretado que vivía en la Republica Federal de Bosnia−Herzegovina y que venia, por cierto, de una familia de tradición musulmana.
Si lo hubiéramos vuelto a ver doce años después, en plena guerra, habría contestado de manera espontánea y enérgica: ¡Soy musulmán!. Es posible que se hubiera dejado crecer la barba reglamentaria. Habría añadido enseguida que era bosnio, y no habría puesto buena cara si le hubiésemos recordado que no hacia mucho afirmaba orgulloso que era yugoslavo.
Hoy preguntado en la calle, nos diría en primer lugar que es bosnio, y después musulmán; justo en ese
momento iba a la mezquita, añade, y quiere decir también que su pais forma parte de Europa y que espera
que algún día se integre a la Unión Europea. ¿Cómo querrá definirse nuestro personaje cuando lo volvamos
a ver en ese mismo sitio dentro de veinte años? ¿Cuál de sus pertenencias pondrá en primer lugar? ¿Será
europeo, musulmán, bosnio? ¿Otra cosa? ¿Balcánico tal vez?"
Amin Maalouf habla en Identidades asesinas de los elementos dispares que han formado su modo de ser, los
lazos que le unen a sus semejantes y lo hacen singular, para desarrollar esta única e irremplazable identidad
del ser humano que no es solo la de ser "árabe", "francés", "serbio". No nacemos con una identidad, l
a construimos y transformamos a lo largo de nuestra vida. La concepción tribal de la identidad lleva por costumbre a crear grandes males y nuestras grandes tragedias de la humanidad. Pretender pertenecer a una sola "cosa" lleva implícito una actitud parcial, intolerante, sectaria, dominadora.
¿No es característico de nuestra época haber convertido a todos los seres humanos, de algún modo, en migrantes y minoritarios?,Amin Maalouf comenta al lector con la certeza de que las sociedades seguras de sí mismas se reflejan en una sociedad y en una religión serena, confiada, que líneas después, nos desvela insistiendo en que «para ir con decisión al otro, hay que tener los brazos abiertos y la cabeza alta, y la única forma de tener los brazos abiertos es llevar la cabeza alta. Nos dice que si a cada paso que da una persona siente que está traicionando a los suyos, que está renegando de sí misma, el acercamiento al otro estará viciado».
Cuando la modernidad lleva la marca del otro, no extraña que algunos enarbolen los símbolos del arcaísmo para afirmar la diferencia. El autor propone saltar desde la pertenencia a una tribu planetaria hacia una identidad que se perciba como la suma de todas nuestras pertenencias, remarcando la universalidad y no la uniformidad:
Cada uno de nosotros somos depositarios de dos herencias: una, vertical, nos viene de nuestros antepasados, de las tradiciones de nuestro pueblo;
la otra horizontal, es producto de nuestra época, de nuestros contemporáneos.
Es esta segunda la que a mi juicio resulta más determinante, y lo es cada día un poco más; sin embargo, esa realidad no se refleja en nuestra percepción de nosotros mismos. No es a la horizontal a la que nos adscribimos, sino a la otra.
No dejamos de ser hombres y mujeres que formamos parte de la aventura humana:
«La identidad es en primer lugar una cuestión de símbolos, e incluso de apariencias», advierte el autor y sigue líneas des pués: «todos los seres humanos deberían poder asumir, con la cabeza alta, sin miedo y sin resentimiento, todas y cada una de sus pertenencias». «¿A quién pertenece el mundo? A ninguna raza en particular, a ninguna nación en particular. Pertenece, más que en otros momentos de la Historia, a todos los que quieren hacerse un sitio en él».
«Identidades asesinas» es, en conjunto, una denuncia apasionada de la locura que incita a los hombres a matarse entre sí en el nombre de una etnia, lengua o religión. Una locura que recorre el mundo de hoy desde Líbano, tierra natal del autor, hasta Afganistán, desde Ruanda y Burundi hasta Yugoslavia, sin olvidar la Europa que navega entre la creación de una casa común y el resurgir de identidades locales en países como el Reino Unido, Bélgica o España. Desde su condición de hombre a caballo entre Oriente y Occidente, Maalouf intenta comprender por qué en la historia humana la afirmación de uno ha significado la negación del otro. Pero al mismo tiempo rechaza la aceptación resignada y fatalista de tal hecho. Su mensaje es que se puede ser fiel a los propios valores sin verse amenazado por los de los demás. Ejemplos históricos, filosóficos y religiosos ilustran su teoría. Cuando a Maalouf se le pregunta si se siente más libanés o más francés él responde que por igual. Y no lo hace por diplomacia: "Lo que me hace ser yo mismo y no otro −dice Maalouf− es que estoy a caballo entre dos países, entre dos o tres lenguas, identidad...". «Identidades asesinas» es un canto al ciudadano frente a la tribu, una llamada a la tolerancia.
El deseo de la identidad no hay que convertirlo en objeto de persecución, ni de condescendencia. Hay que observarlo, comprenderlo, domesticarlo, como se domestica a la pantera que «mata si se la persigue, mata si se le da rienda suelta, pero lo peor es dejarla escapar en la naturaleza después de haberla herido».
Posiblemente, el sueño de Amin Maalouf sea el sueño de muchos de nosotros: «un día en el que la región que me vio nacer siga ese mismo camino, dejando atrás el tiempo de las tribus, el tiempo de las guerras santas, el tiempo de las identidades asesinas, para construir algo común; sueño con el día en que podré llamar patria a todo el Oriente Próximo, igual que llamo así a Líbano, a Francia y a Europa, y compatriotas a todos sus hijos, musulmanes, judíos y cristianos de todas las denominaciones y de todos los orígenes»
Amin Maalouf - Identidades asesinas