"En nuestra sociedad, tan amiga de la fotografía, la última escena del álbum familiar, el entierro, siempre falta." Nigel Barley, antropólogo.
"Nosotros bailamos y hablamos para confortar a los familiares. Si nosotros nos limitásemos a estar afligidos, ¿a qué cotas de dolor llegarían ellos? Por tanto, nos sentamos a hablar, a reír, y a bailar hasta que los familiares también se ríen." Nyakyusa de Malawi.
La muerte, en la cultura occidental, es objeto de comentarios avergonzados y comprensiones tácitas. "En nuestra sociedad, tan amiga de la fotografía, la última escena del álbum familiar, el entierro, siempre falta", opina Barley. Al parecer, la muerte nos anonada y somos incapaces de comprender su universalidad. En cambio, los toraja, una tribu de Indonesia, utilizan a sus muertos a modo de cómodos estantes para guardar sus casetes.
El antropólogo Nigel Barley, explora con ingenio y una visión muy personal la sorprendente variedad de maneras en que diferentes culturas responden a la muerte y le dan sentido. Éstos son algunos párrafos de su libro "Bailando sobre la tumba":
"Para nosotros, la sonrisa y la risa no tienen cabida en los funerales; resultan espantosas. Todo está cubierto por un manto grave de formalidad. A los nyakyusa de Malawi, la sobriedad de un funeral los llena de asombro:
"Nosotros bailamos y hablamos para confortar a los familiares. Si los demás estuviéramos sentados, tristes y abatidos, entonces el dolor de los familiares rebasaría con mucho al nuestro. Si nosotros nos limitásemos a estar afligidos, ¿a qué cotas de dolor llegarían ellos? Por tanto, nos sentamos a hablar, a reír, y a bailar hasta que los familiares también se ríen."
Las sonrisas y la risa tiene la misma relación ambivalente con los estados internos que las lágrimas y no son necesariamente muestras universales de alegría. Se dice de los tailandeses, con razón, que tienen una sonrisa para cada emoción. Sin embargo, la comedia y el desenfreno también tienen cabida ante la muerte. La locura y la pantomima, el lanzamiento de excrementos e insultos, los intentos de copular con la propia abuela o con el muerto, el comercio carnal puro y duro, la glotonería y la ebriedad, todos están bien documentados como parte de las disposiciones funerarias regulares y obligadas.
Los nyakyusa tienen "amigos funerarios" a los que se les asigna la tarea de insultar y exasperar constantemente a los muertos y deudos, los cuales no pueden mostrarse ofendidos. Tradicionalmente se les llama "compañeros de bromas" De este modo, se mantiene la muerte y el dolor a la distancia social apropiada. En palabras de los loDagaa de Ghana: "Una persona con la cara larga no puede lamerse su propia herida" Los bromistas son la gente que realiza los actos más desagradables, incluyendo los que se producen durante el funeral. Lavan y afeitan el cuerpo, a veces le extraen los excrementos mediante masajes, disponen de sus artículos personales, bajan a la tumba y manipulan el cadáver.
Los insultos de broma son, de rigor, de doble filo, entre agresión y el consuelo. Emplean la anomalía, lo repugnante, el insulto, y la ambigúedad para definir la naturaleza de un acontecimiento peligroso y marginal, la propia muerte. De ese modo se mantiene la muerte y el dolor a una distancia social apropiada.
Los betsileo de Madagascar se han ganado la desaprobación de los misioneros por lo mucho que disfrutan celebrando los funerales. Mientras el cuerpo aún está sobre la tierra, realizan combates entre hombres y toros, beben hasta quedar inconscientes y se cubren el rostro con las telas empleadas como mortajas para entregarse ciegamente a actos sexuales orgiásticos e incestuosos.
La etnia merina de Madagascar, los mismos betsileo y los bara, celebran un doble enterramiento. Cada 4-7 años, se celebra una exhumación o “famadihana” (literalmente “vuelta de los huesos”), siempre de carácter festivo que va acompañada de la ingesta de muy generosas cantidades de alcohol, música y bailes. Básicamente los celebrantes van en procesión cantando y bailando hasta la cripta donde están enterrados los cuerpos. Se les saca de allí, se les envuelve en un sudario nuevo y blanco y literalmente se les saca en procesión a hombros para que participen del festejo que puede durar varios días. Durante esta parte de la celebración, los vivos hablan con ellos directamente, es como un reencuentro con la persona cuya pérdida fue tan dolorosa unos años antes. Se les cuenta cuáles han sido las novedades en la familia y los cotilleos vecinales, se baila con ellos y se celebra que formalmente pasan a formar parte de los razana familiares. Los fragmentos de los sudarios son muy apreciados por los malgaches ya que se les supone unos potentes talismanes de la fertilidad. Las mujeres que quieren quedarse embarazadas toman trozos de sudario para colocarlos en sus almohadas. Acabada la celebración, se retornan los cuerpos a sus tumbas hasta el siguiente famadihana. Los participantes no deben mostrar tristeza en ningún momento del proceso.
La etnia merina de Madagascar, los mismos betsileo y los bara, celebran un doble enterramiento. Cada 4-7 años, se celebra una exhumación o “famadihana” (literalmente “vuelta de los huesos”), siempre de carácter festivo que va acompañada de la ingesta de muy generosas cantidades de alcohol, música y bailes. Básicamente los celebrantes van en procesión cantando y bailando hasta la cripta donde están enterrados los cuerpos. Se les saca de allí, se les envuelve en un sudario nuevo y blanco y literalmente se les saca en procesión a hombros para que participen del festejo que puede durar varios días. Durante esta parte de la celebración, los vivos hablan con ellos directamente, es como un reencuentro con la persona cuya pérdida fue tan dolorosa unos años antes. Se les cuenta cuáles han sido las novedades en la familia y los cotilleos vecinales, se baila con ellos y se celebra que formalmente pasan a formar parte de los razana familiares. Los fragmentos de los sudarios son muy apreciados por los malgaches ya que se les supone unos potentes talismanes de la fertilidad. Las mujeres que quieren quedarse embarazadas toman trozos de sudario para colocarlos en sus almohadas. Acabada la celebración, se retornan los cuerpos a sus tumbas hasta el siguiente famadihana. Los participantes no deben mostrar tristeza en ningún momento del proceso.
- ¿Donde está tu mujer, Taab gaay?
- Murió anoche.
Me quedé de piedra. Él parecía tomárselo con mucho aplomo.
- ¿Y cómo fue?
- Sencillamente estaba caminando, se mareó y murió.
Balbuceé un pésame y mientras lo hacía, Pascal miró por encima de mi cabeza, saludó con la mano y sonrió. Levantando la vista, vi a su mujer bajando lentamente por la carretera. Sentí un acceso de ira por haber sido objeto de una broma tan estúpida. Entonces me acordé. Entre los dowayo, se describe a cualquiera que se desmaya o cae en coma como "muerto"; la muerte es algo mucho menos preciso que entre nosotros. Abundan las historias de gente que ha resucitado después de que empezaran a envolver sus cuerpos.
En Occidente ninguna muerte se considera real sin un certificado que explique la "causa de defunción" Si uno muere debido a un paro cardíaco y le reaniman, no se expide certificado alguno. Cada uno de los síntomas de la muerte (falta de respiración o pulso, frialdad y rigos mortis, relajación de esfínteres, insensibilidad ante los estímulos eléctricos) pueden darse sin que se produzca la muerte. El único signo seguro y certero de la muerte es el comienzo de la putrefacción del cadaver. Así que ahora ya ni siquiera sabemos dónde comienza la vida y la muerte; sus fronteras son redefinidas periódicamente.
En las representaciones occidentales de la vida, la muerte no se incluye. La "muerte por envejecimiento" ha dejado de ser una causa aceptable para el certificado; debe hallarse una enfermedad para que ninguna muerte pueda contarse como verdaderamente inevitable. Vemos la vida como un cuento.
"¿Sabes lo que es esto?", dijo mi anfitrión estirándose para dar una palmada a un bulto que tenía en un rincón de su cuarto de estar. Parecía un montón de ropa vieja como la que se le selecciona para entregarla a una asociación benéfica y que después uno se olvida de llevar durante meses. Un niño daba vueltas a su alrededor en triciclo imitando con pedorrretas el sonido de una moto. "Es mi abuela"
Antes de la televisión, ningún hogar occidental estaba completo sin una abuelita que se sentara con los niños y les soltara fragmetnos de sabiduría de andar por casa. Muchos hogares de los toraya aún la conservan, pero puede estar muerta. El cuerpo se envuelve en tejidos para absorber los jugos de la putrefacción. Algunos toraya modernos hacen tramas y le inyectan formalina para ralentizar la descomposición mientras la familia moviliza sus recursos y reúne a los miembros ausentes para pasar a la etapa siguiente del funeral. A diario se colocará comida y bebida en un plato puesto en equilibrio sobre el cuerpo.
- ¿No vas a saludarla?
- Encantado de conocerla, abuelita.
Resultaba difícil hacer un gesto: estrecharle la mano era imposible, pero darle una palmada al bulto hubiese sido una muestra de confianza excesiva.
-Vaya, eso ha estado bien.
- ¿Cuánto tiempo lleva muerta?
- Nosotros no decimos eso. Está "durmiendo" o "tiene dolor de cabeza". No morirá hasta que abandone la casa. Ya lleva durmiendo tres años.
Se puso de puntillas y bajó un enorme radiocassette para entretenerme con algo de música. Me di cuenta de que las cintas estaban almacenadas en orden alfabético sobre el cuerpo, que resultaba una estantería muy cómoda.
- La echarás en falta cuando muera.-dije.
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