Monday, October 1, 2012

En los suburbios del Tiempo: la Humanidad.

 "Y los hombres se explicarán unos a otros historias inéditas que siempre serán las mismas." 
Marcel Mauss.

"Hacen falta muy pocas cosas aquí para crear humanidad"  
Levi-Strauss.



En marzo de 2001 la compañía petrolífera AGIP, quinta refinadora de Europa, con un capital invertido en todo el mundo de 4.616 millones de euros, que ha visto aumentar sus beneficios en los últimos ocho años en un 297 por 100, firma un contrato con las comunidades huaoraní de Ecuador, a las que, a cambio de ceder su territorio para propección petrolífera, se compromete a entregar, literalmente:


- 50 kilos de arroz.
- 50 kilos de azúcar.
- Dos cubos de grasa.
- Un bolsa de sal.
- Un silbato de árbitro.
- Dos balones de fútbol.
- Quince platos.
- Quince tazas.
- Un armario con 200 dólares en medicinas en una única partida.

Los huoranís rechazaron la oferta: ¿de que puede servir un balón y un silbato de árbitro si se ha perdido la tierra en la que jugar al fútbol?

Pero, los huaoraníes ¿realmente se habrían dejado engañar si se habrían dejado engañar? se preguntan Carlos Fernández Liria y Santiago Alba Rico, filósofos y escritores:

"Hay que estar muy desesperado y hambriento para querer apoderarse a toda costa de más tierras, más petroleo, más casas, televisiones, coches...; y hay que estar muy satisfecho, muy tranquilo, para apreciar el tesoro de quince tazas y un silbato de fútbol. Entre un crecimiento del 297 por 100 y un balón, unos platos y unas medicinas, la razón, la imaginación la moral, la salud y la poesía no tienen dudas. Entre un crecimiento del 297 por 100 y un cuenco de arroz, cualquier hombre sensato elegirá el arroz"

Con un cuenco de arroz y unas cuantas cosas muy concretas se puede hacer un ser humano. "Hacen falta muy pocas cosas aquí para crear humanidad", decía Levi-Strauss en su libro Tristes Trópicos. "Se necesitan pocas cosas para existir, poco espacio, poca comida, poca alegría, pocos utensilios o herramientas; es la vida en un pañuelo."

El capitalismo nos arroja a la falta de límites, a la negación misma de la humanidad y la ciudadanía.

Si somos radicalmente anticapitalistas es porque el capitalismo obliga a la sociedad a constituirse en una especie de dimensión basura. Con una tosca metáfora, se podría decir que el capitalismo ocupa demasiado sitio para que la sociedad pueda desenvolverse a sus anchas. Se produce capital para producir más capital. Lo de menos es si por el camino se satisfacen necesidades humanas o sociales. El capitalismo es una economía que tiene una sociedad, no una sociedad que tiene una economía.
 
Pero por muchos esfuerzos que han puesto los apologetas del capitalismo en hacernos creer que hay algo de insaciable en la naturaleza humana, de tal modo que el ser humano querría siempre más para querer más aún, nunca lograrán que los antropólogos les den la razón. Al contrario: la antropología está acostumbrada a encontrar al ser humano más bien detenido, estancado en una especie de consistencia neolítica que progresa muy lentamente o que no progresa en absoluto. Incluso si el ser humano tuviera algo de insaciable, nunca lo sería hasta el absurdo extremo al que nos ha llevado el capitalismo. 

Nunca al ser humano se le habría ocurrido inventar técnicas y maquinarias capaces de trabajar por él en una escala colosal y seguir, pese a todo, trabajando lo mismo de manera excesiva, agotadora y suicida. Desde la prehistoria, cuando un hombre ha encontrado la manera de trabajar menos y producir más, lo que ha hecho sensatamente ha sido aprovechar esta ventaja para ponerse a descansar. Fueron precisos el látigo o la esclavitud para hacerle seguir trabajando más allá de sus necesidades. Ahora, hace falta el capitalismo. Pero no es el ser humano el que es insaciable, sino el capitalismo el que no puede detenerse. El hombre, insaciable o no, sabe detenerse a descansar. El capitalismo no.
 
El mito griego cuenta que Cronos (Saturno) devoraba a sus hijos nada más nacer, de igual manera a como los años los días y la horas se consumen sin cesar en el pasar inevitable del Tiempo. En esas condiciones era imposible cualquier tipo de vida política humana. Era como si el viento echase abajo todo cuanto los dioses y los hombres intentaban construir. Así, era imposible sentarse a hablar, a dialogar, a legislar. La ciudadanía era imposible, porque éstos no encontraban nada sólido a que agarrarse, ni un totem, ni un rito, ni una costumbre, ni siquiera la lengua permanecía, todo se lo llevaba el viento, el tiempo. Zeus consiguió derrotar a su padre Cronos. El Tiempo dejó de reinar. Sin duda, seguía pasando el tiempo, pero ya no era el dueño de todo. Los hombres pudieron levantar instituciones, palacios y templos, legislar costumbres y hablar, dialogar. El Tiempo retrocedió y la Palabra ocupó su lugar.

En el neolítico, el ser humano descubrió la agricultura y la ganadería, inventó los instrumentos y las herramientas más importantes, logró con éxito protegerse de la intemperie de la naturaleza. Pero el neolítico fue, ante todo, una victoria sobre el Tiempo. El hombre había logrado arrancar un poco de ocio y de tranquilidad al inmisericorde pasar de los días y las estaciones, abrir un paréntesis en el que, simplemente, perder el tiempo y ponerse a charlar, un paréntesis, en definitiva, para eso a lo que llamamos -a lo que la antropología llama- “cultura”.


Si pensamos en lo que es la mitología, veremos que éstos se caracterizan por una especie de obsesión por los comienzos. El mito cuenta como sucedieron las cosas por primera vez:los hombres y los animales aún no eran distintos, el bien y el mal aún no se podía diferenciar, el cielo y la tierra, el día y la noche, los hombre y las mujeres eran indistinguibles. Entonces ocurrieron ciertas cosas, un diluvio universal, un inmenso incendio, un cataclismo. Cierto héroes (dioses u hombre o mujeres o animales o...) protagonizaron algunas aventuras y todo se creó para que se hiciera posible la vida de la comunidad. 

Esta obsesión por contar los comienzos en la mentalidad mitológica esconde una animadversión contra el tiempo y la historia. Claude Levi Strauss solía decir que los pueblos que él estudiaba se caracterizaban por "el deseo de que no haya historia" "Son pueblos hechos para durar, no para cambiar.", decía. "Ellos no se quieren en un tiempo histórico, sino en un tiempo periódico que se anule a sí mismo, como la alternancia regular del día y la noche o el ciclo de las estaciones"

La Historia es el privilegio de los Héroes. La Palabra es el privilegio de los humanos. Los indígenas piensan que si conservan sus relatos mitológicos que recuerdan lo que hay que hacer en cada caso, y si siguen sus costumbres y rituales, ya nunca ocurrirá un diluvio, un incendio o que vuelvan a pasar cosas terribles de cuando nuestros ancestros tenían que vérselas con acontecimientos nuevos e imprevisibles. Les interesa que no pase nada, y cuando suceda algo, se pueda arreglar mediante la palabra. El hombre es hombre desde el momento en que empezó a arreglar las cosas mediante el lenguaje. Pero para que reine el lenguaje, tiene que dejar de reinar el Tiempo  Los hombres no pueden ponerse a dialogar en medio de una tempestad o un cataclismo, y el capitalismo es un cataclismo incesante.
Si la palabra tiene más autoridad que el tiempo, es por la enorme cantidad de tiempo que hay encerrada en ella, en la voz de la experiencia, de los ancestros y de los ancianos.

"Nuestra ciencia no habría llegado a comprender su importancia si en algunas regiones de la Tierra no hubiera hombres que resistieron obstinadamente a la historia, y que permanecieron como una vívida prueba de lo que deseamos salvar"

Levi Strauss.

Lévi-Strauss solía decir que los antropólogos encontraban su objeto de estudio en el cubo de la basura de los historiadores y de los sociólogos. Parece que la antropología se ocupara de recolectar los residuos que las otras ciencias humanas van abandonando por el camino. Mientras la historia estudia lo que cambia,la antropología se ocupa de un ser empeñado en repetirse. La historia estudia acontecimientos. La antropología estudia cotilleos. La historia estudia documentos, la antropología la transmisión oral. La una quiere saber lo que ocurrió, la otra lo que se cuenta que ocurrió. Y sin embargo, hay que preguntar a la antropología cuáles son los límites de "eso que deseamos salvar", lo mínimo para ser humano.

Hoy, mientras la Historia pasa vertiginosa, la antropología observa que los hombres, por el contrario, parecen haberse empeñado en emprender siempre la misma tarea. El ser humano siempre se las ha arreglado para seguir haciendo lo que siempre hizo, algo así como lo que vemos en las inolvidables fotos de los nambikaras que hay en Tristres Trópicos: despiojarse unos a otros, manejar unas cuantas herramientas, hablar, distinguir quienes son sus primos y creer en los dioses. Siempre hay un rincón, una grieta, en la que el ser humano logra tener costumbres, de que es posible sentarse a no hacer nada y a charlar en la Casa de la Palabra. El hombre ha conseguido protegerse de la historia con cierta eficacia, tal y como se protegió de la naturaleza, edificando instituciones en los que mantener a sus primos, sus dioses y su piojos, y considerando los acontecimientos históricos como parte del paisaje natural.
http://sociologiac.net/2011/11/03/artistas-recrean-fotografia-claude-levi-strauss-tristes-tropicos/


El ser humano es muy limitado, mucho más limitado que lo que ha llegado a poder hacer gracias a la técnica. El ser humano puede, incluso, apretar un botón y destruir el mundo entero. Su poder es infinito, pero su imaginación, su capcidad de reporesentación, y sobre todo, su comprensión moral, siguen siendo finitas, limitadas, ancladas en una especie de tosquedad neolítica. La desproporción entre la acción y sus efectos es tan grande que la imaginación se desorienta. Los seres humanos estamos hechos para sentir la muerte de un ser querido, incluso de bastantes seres queridos y no queridos, pero el número 200.000 no nos dice nada emocionalmente. Es imposible, humanamente hablando, sentirse responsable de la guerra de Iraq. Allí donde nuestras más banales costumbres cotidianas (la de mandar un mensaje por móvil o elegir una marca de cereales) tienen una relación con algo terrible que sucede en el Congo o con la muerte de quince niños en Indonesia, es muy difícil aplicar nuestro concepto tradicional de responsabilidad. Puede representarse el daño que puede hacer con una porra, pero no con una bomba de racimo. Mucho menos para comprender y juzgar moralmente los efectos del arma de destrucción masiva más poderosa de todas: el sistema económico mundial.

Si bajo el capitalismo logramos seguir siendo seres humanos es casi de milagro."

El padre Tiempo vencido por el Amor, la Esperanza y la Belleza. Simón Vouet.

Extractos de:
"El naufragio del hombre" Santiago Alba Rico, Carlos Fernández Liria.

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