La fiesta entre los tiv de África había comenzado.
El anciano me saludó cordialmente. «Siéntate y bebe». Acepté una gran calabaza llena de cerveza, me serví un poco en un pequeño recipiente y lo apuré de un solo trago.
-«Deberías sentarte a beber con nosotros más a menudo. Tus criados me cuentan que cuando no estás en nuestra compañía, te quedas dentro de tu choza mirando un papel».
Como no quería que me creyeran tan tonta, les expliqué, rápidamente que mi «papel» era una de las «cosas antiguas» de mi país.
-«Ah», dijo el anciano. «Cuéntanos».
Era mi oportunidad para demostrar de que Hamlet tenía una sola interpretación posible, y de que ésta era universalmente obvia.
-«Hace mucho tiempo, ocurrió una cosa. Una noche tres hombres estaban de vigías en las afueras del poblado del gran jefe, cuando de repente vieron que se les acercaba el que había sido su anterior jefe».
-«¿Por qué no era ya su jefe?»
-«Había muerto», expliqué, «es por eso por lo que se asustaron y se preocuparon al verle.»
-«Imposible», comenzó uno de los ancianos, pasando la pipa a su vecino, quien le interrumpió. «Por supuesto que no era el jefe muerto. Era un presagio enviado por un brujo. Continúa.»
Ligeramente importunada, continué.
-«Uno de esos tres era un hombre sabio. De modo que habló al jefe muerto, diciéndole: “Cuéntanos qué debemos hacer para que puedas descansar en tu tumba”, pero el jefe muerto no respondió. Se esfumó y ya no lo pudieron ver más. Entonces el hombre sabio -su nombre era Horacio- dijo que aquello era asunto para el hijo del jefe muerto, Hamlet.»
Los ancianos murmuraron entre dientes: tales presagios son asunto para jefes y ancianos, no para jóvenes; ningún bien puede venir de hacer las cosas a espaldas del jefe; evidentemente, Horacio no era un hombre sabio.
-«Sí que lo era», insistí tratando de apartar un pollo lejos de mi cerveza. «En nuestro país el hijo sucede al padre. Pero en este caso, fue el hermano menor del jefe muerto el que se había convertido en jefe, y además se había casado con la viuda de su hermano mayor tan sólo un mes después del funeral.»
-«Hizo bien», exclamó radiante el anciano, y anunció a los demás, «Ya os dije que si conociéramos mejor a los europeos, encontraríamos que en realidad son como nosotros. En nuestro país», añadió dirigiéndose a mí, «también el hermano más joven se casa con la viuda de su hermano mayor, convirtiéndose así en padre de sus hijos.
-«El hijo Hamlet estaba muy triste de que su madre se hubiera vuelto a casar tan pronto. Ella no tenía necesidad de hacerlo, y es nuestra costumbre que una viuda no tome nuevo marido hasta después de dos años de duelo».
-«Dos años es demasiado», objetó una mujer, que acababa de hacer aparición con la desgastada bolsa de piel de cabra. «¿Quién labrará tus campos mientras estés sin marido?»
-«Hamlet», repliqué sin pensármelo, «era lo bastante mayor como para labrar las tierras de su madre por sí mismo. Ella no precisaba volverse a casar». Nadie parecía convencido y renuncié. «Su madre y el gran jefe dijeron a Hamlet que no estuviera triste, porque el gran jefe mismo sería un padre para él. Es más, Hamlet habría de ser el próximo jefe, y por tanto debía quedarse allí para aprender todas las cosas propias de un jefe. Hamlet aceptó quedarse, y todos los demás se marcharon a beber cerveza».
Entonces uno de los más jóvenes me preguntó quién se había casado con las restantes esposas del jefe muerto.
-«No tenía más esposas», le contesté.
-«¡Pero un gran jefe debe tener muchas esposas! ¿Cómo podría si no servir cerveza y preparar comida para todos sus invitados?»
Respondí con firmeza que en nuestro país hasta los jefes tienen una sola mujer, que tienen criados que les hacen el trabajo y que pagan a éstos con el dinero de los impuestos.
De nuevo replicaron que para un jefe es mejor tener muchas esposas e hijos que le ayuden a labrar sus campos y alimentar a su gente; así, todos aman a aquel jefe que da mucho y no toma nada -los impuestos son mala cosa-.
Aunque estuviera de acuerdo con este último comentario, el resto formaba parte de su modo favorito de rebajar mis argumentos: «Así es como hay que hacer, y así es como lo hacemos».
Aunque estuviera de acuerdo con este último comentario, el resto formaba parte de su modo favorito de rebajar mis argumentos: «Así es como hay que hacer, y así es como lo hacemos».
Decidí saltarme el soliloquio. Estaba segura de que desaprobarían el fratricidio, de manera que continué, más esperanzada:
-«Esa noche Hamlet se quedó vigilando junto a los tres que habían visto a su difunto padre. El jefe muerto apareció de nuevo, y aunque los demás tuvieron miedo, Hamlet le siguió a un lugar aparte. Cuando estuvieron solos, el padre muerto habló».
-«¡Los presagios no hablan!» El anciano era tajante.
-«El difunto padre de Hamlet no era un presagio. Al verlo podría parecer que era un presagio, pero no lo era».
Mi audiencia parecía estar tan confusa como lo estaba yo. «Era de verdad el padre muerto de Hamlet, lo que nosotros llamamos un 'fantasma'».
-«¿Qué es un 'fantasma'? ¿Un presagio?»
-«No, un 'fantasma' es alguien que ha muerto, pero que anda vagando y es capaz de hablar, y la gente lo puede ver y oír, aunque no tocarlo».
Ellos replicaron.
-«A los zombis se les puede tocar».
-«¡No, no! No se trataba de un cadáver que los brujos hubieran animado para sacrificarlo y comérselo. Al padre muerto de Hamlet no lo hacía andar nadie. Andaba por sí mismo».
-«Los muertos no andan», protestó mi audiencia como un solo hombre.
Yo trataba de llegar a un compromiso. «Un 'fantasma' es la sombra del muerto».
Pero de nuevo objetaron.
-«Los muertos no tienen sombra».
-«En mí país sí que la tienen», espeté.
El anciano aplacó el rumor de incredulidad que inmediatamente se había levantado, y concedió con esa aquiescencia insincera, pero cortés, con que se dejan pasar las fantasías de los jóvenes, los ignorantes y los supersticiosos. «Sin duda, en tu país los muertos también pueden andar sin ser zombis». Del fondo de su bolsa extrajo un pedazo de nuez de cola seca, mordió uno de sus extremos para mostrar que no estaba envenenado, y me lo ofreció como regalo de paz.
-«Sea como sea», retomé la narración, «el difunto padre de Hamlet dijo que su propio hermano, el que luego se convirtió en jefe y se había casado con su esposa, lo había envenenado. Quería que Hamlet lo vengara. Hamlet creyó esto de corazón, porque le aborrecía ». Tomé otro trago de cerveza. «En el país del gran jefe, viviendo en su mismo poblado, que era muy grande, había un importante anciano que a menudo estaba a su lado para aconsejarle y ayudarle. Se llamaba Polonio. Hamlet cortejaba a su hija Ofelia, pero su hermano Laertes y su padre, Polonio, le advirtieron que no fuera a visitarla cuando estaba sola en casa, puesto que él había de llegar a ser un gran jefe y por tanto no podría casarse con ella».
-«¿Por qué no?», preguntó la esposa, que se había acomodado junto al sillón del anciano. Él la miró con gesto de desaprobación por hacer preguntas tontas, y gruñó,
-«Vivían en el mismo poblado».
-«No era esa la razón», les informé.
-«Entonces, ¿por qué no podía Hamlet casarse con ella?»
-«Habría podido hacerlo», expliqué, «pero Polonio no creía que realmente se casaría con su hija. Después de todo, Hamlet había de casarse con la hija de un gran jefe. Polonio tenía miedo de que si Hamlet hacía el amor a su hija, ya nadie diera un alto precio por ella».
-«Puede que eso sea cierto», remarcó uno de los ancianos más sagaces, «pero el hijo de un jefe daría al padre de su amante regalos y protección. A mí Polonio me parece un insensato».
-«Mucha gente piensa que lo era», asentí. «Un día Hamlet abordó a Ofelia, comportándose de manera tan extraña que la asustó. En realidad el jefe y muchos otros habían notado también que cuando Hamlet hablaba uno podía entender las palabras, pero no su sentido. Mucha gente pensó que se había vuelto loco».
Repentinamente mi audiencia parecía mucho más atenta. «El gran jefe quería saber qué era lo que le ocurría a Hamlet, así que mandó a buscar a dos de sus compañeros de edad para que hablaran con Hamlet y averiguaran lo que le tenía preocupado. Hamlet, al ver que habían sido pagados por el jefe para traicionarle, no les contó nada. No obstante, Polonio insistía en que Hamlet se había vuelto loco porque le habían impedido ver a Ofelia, a quien amaba».
-«¿Por qué», preguntó una voz perpleja, «querría nadie embrujar a Hamlet por esa razón?»
-«¿Embrujarle?»
-«Sí, sólo la brujería puede volver loco a alguien. A menos, claro está, que uno haya visto a los seres que se ocultan en el bosque».
-«Hamlet no había sido expuesto a los seres que se ocultan en el bosque. Un día, amigos de Hamlet habían traído con ellos a un famoso contador de historias. Hamlet decidió hacer que aquel narrador contara al jefe y a todo el poblado la historia de un hombre que había envenenado a su hermano porque deseaba a la esposa de éste, y porque además quería convertirse él mismo en jefe. Hamlet estaba seguro de que su tio allí presente, el mismo del que hablaba el cuenta cuentos, no podría escuchar la historia sin dar algún signo de ser realmente culpable. Cuando el contador de historias estaba contando su cuento ante todo el poblado, el gran jefe se levantó descompuesto. Por miedo a que Hamlet supiera su secreto, planeó matarlo».
-«El gran jefe pidió a la madre de Hamlet que le sonsacara lo que sabía, pero hizo esconder al anciano Polonio tras unas telas. Hamlet comenzó a increpar a su madre por lo que había hecho».
Hubo un asombrado murmullo por parte de todos. Un hombre nunca debe reprender a su madre.
-«Ella gritó asustada, y Polonio se movió tras la tela. Hamlet exclamó: ¡Una rata!', y tomando su machete dio un tajo que la atravesó. Aquí hice una pausa para darle efecto dramático. «¡Había matado a Polonio!»
Los ancianos se miraron unos a otros con supremo disgusto.
-«¡Ese Polonio era realmente un necio y un ignorante! Hasta a un niño se le habría ocurrido decir: '¡Soy yo!'»
Con repentino dolor, recordé que estas gentes son ardientes cazadores, siempre armados de arco, flechas v machete; al primer movimiento entre la maleza hay ya una flecha lista apuntando, y el cazador grita «¡Va!». Si no contesta voz humana inmediatamente, la flecha sigue su camino. Como cualquier buen cazador, Hamlet había gritado, «¡Una rata!».
Me lancé, a salvar la reputación de Polonio.
-«Polonio habló. Hamlet le había oído. Pero pensó que era el jefe, y quiso matarlo para vengar a su padre. Ya había querido hacerlo antes, esa misma tarde ... ».
Un anciano discrepó:
-«Que un hombre levante su mano contra el que, siendo hermano de su padre, se ha convertido en padre para él es algo terrible. Si el hermano de tu padre ha matado a tu padre, debes recurrir a los compañeros de edad de tu padre; son ellos quienes pueden vengarlo. Nadie puede usar la violencia contra sus parientes de más edad»
Continué:
-«Este asesinato a Polonio le daba al jefe una razón para enviar lejos a Hamlet con cartas para un jefe de un lejano país que decían que debía ser asesinado. Pero Hamlet cambió lo que estaba escrito en las cartas, de forma que en su lugar mataron a otros».
«Antes de que Hamlet pudiera regresar, Laertes, hijo de Polonio y hermano de Ofelia, en el funeral de su padre, el gran jefe le contó que Hamlet había matado a Polonio. Laertes juró matar a Hamlet por esto, y porque su hermana Ofelia, al saber que su padre había sido muerto por el hombre a quien amaba, se volvió loca y se ahogó en el río. Su cuerpo fue encontrado y enterrado. De hecho, Laertes saltó a la fosa para ver a su hermana por última vez. Hamlet, que acababa de llegar, saltó también detrás de él».
«¿Ya te has olvidado de lo que te hemos dicho?», me echó en cara el anciano. «No se puede tomar venganza de un loco; Hamlet mató a Polonio en su locura. Y en cuanto a la chica, no es que simplemente se volviera loca, sino que se ahogó. Sólo la brujería puede hacer que la gente se ahogue. El agua por sí misma no hace ningún daño, es sencillamente algo que se bebe o en donde uno se baña».
Empecé a enfadarme.
-«Si no te gusta la historia, no sigo».
El anciano hizo unos ruidos apaciguadores y me sirvió personalmente algo más de cerveza.
-«Tú cuentas bien la historia, y te estamos escuchando. Pero está claro que los ancianos de tu país nunca te han explicado lo que realmente significa. ¡No, no me interrumpas! Te creemos cuando dices que vuestra forma de matrimonio y vuestras costumbres son diferentes, o vuestros vestidos y armas. Pero la gente es similar en todas partes. Allí donde sea siempre hay brujos, y somos nosotros, los ancianos, quienes sabemos cómo funciona la brujería.
-«Escucha», dijo el más anciano de todos, «y te diré cómo ocurrió y cómo sigue tu historia, y tú me puedes decir si estoy en lo correcto.
Hamlet procuró estorbarle, porque al heredero del jefe, igual que a cualquier jefe, no le gusta que ningún otro hombre se enriquezca ni se haga poderoso. Laertes se pondría furioso, porque había matado a su hermana sin sacar de ello ningún beneficio. En nuestro país, ese motivo hubiera bastado para que intentara asesinar a Hamlet. ¿Es eso lo que pasó?»
Hamlet procuró estorbarle, porque al heredero del jefe, igual que a cualquier jefe, no le gusta que ningún otro hombre se enriquezca ni se haga poderoso. Laertes se pondría furioso, porque había matado a su hermana sin sacar de ello ningún beneficio. En nuestro país, ese motivo hubiera bastado para que intentara asesinar a Hamlet. ¿Es eso lo que pasó?»
-«Más o menos», admití. «Cuando el gran jefe encontró que Hamlet aún vivía, animó a Laertes a que tratara de matarlo y se las apañó para que hubiera una pelea de machetes entre ellos. En la lucha ambos cayeron heridos de muerte. La madre de Hamlet bebió una cerveza envenenada que el jefe había dispuesto para Hamlet en el caso de que ganara la pelea. Cuando vio a su madre morir a causa del veneno, Hamlet, agonizando, consiguió matar al gran jefe, al hermano de su padre con su machete».
-«¿Veis? ¡Tenía razón!», exclamó.
-«Era una historia muy buena», añadió el anciano jefe, «y la has contado con muy pocos errores. Sólo había un error más, justo al final. El veneno que bebió la madre de Hamlet obviamente estaba destinado al vencedor del combate, quienquiera que fuese».
Envolviéndose en su raída toga, el anciano concluyó: «Alguna vez has de contarnos más historias de tu país. Nosotros, que somos ya ancianos, te instruiremos sobre su verdadero significado, de modo que cuando vuelvas a tu tierra tus mayores vean que no has estado sentada en medio de la selva, sino entre gente que sabe cosas y que te ha enseñado sabiduría».
Laura Bohannan.
Texto extraído y muy resumido de "Lecturas de antropología social y cultural. La cultura y las culturas" de Honorio M.Velasco.
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