Tuesday, November 1, 2011

Suicidarse por miedo a morir: el miedo a la muerte.

"Un día iba viajando por Francia con mi esposa, admirando el paisaje mientras conducía. Pasamos ante un extenso cementerio que estaba recién pintado y adornado con flores. Mi esposa comentó:

—Rimpoché, mira qué pulcro y qué limpio lo tienen todo en Occidente. Hasta los lugares donde depositan los cadáveres están inmaculados. En Oriente, ni siquiera las casas donde vive la gente están tan limpias.

—Ah, sí —repliqué—, es verdad; es un país muy civilizado. Tienen unas casas maravillosas para los cadáveres de los muertos. Pero, ¿no te has fijado? También tienen casas muy bonitas para los cadáveres de los vivos”.

Sogyal Rimpoché, maestro budista.


Los enterramientos más antiguos conocidos, en los que se procedía de una forma ceremonial, manipulándose al muerto, datan del cuarto milenio antes de Cristo.
En aquel tiempo, los sumerios amortajaban ya a sus difuntos, metiéndolos en cestos de juncos trenzados. Y los textos antiguos dicen que lo hacían "movidos por el temor".
 
Así, no sorprende que la mayoría de los ritos y ceremonias funerarios tengan un origen común: el horror ante la eventualidad de que el espíritu del fallecido pudiera regresar al lugar donde había transcurrido su existencia para perturbar la paz de los vivos.
 
En los pueblos noreuropeos se ataba el cuerpo después de decapitarlo y de amputarle los pies. Así pensaban que evitarían el que los muertos persiguieran a los vivos. 

Los pueblos mediterráneos antiguos enterraban a los seres queridos lejos del poblado. Evitaban así que pudiera regresar al poblado. Para asegurarse, daban varias vueltas por los alrededores para "despistar" al muerto.
 
Incluso en muchas culturas antiguas se solía sacar el cadáver por la parte trasera de la casa, y se llegaba a abrir un boquete en la pared por el que se sacaba el cuerpo del fallecido... orificio que era tapado inmediatamente después del entierro.

Es cierto que la costumbre de enterrar al difunto bajo metro y medio de tierra podía ser suficiente, pero para mayor seguridad se tomó la precaución de encerrarlo en una caja de madera y clavar la tapa: el ataúd. Los arqueólogos aseguran que el número de clavos que se ponía era a menudo exagerado. Y no contentos con estas precauciones, se cegaba la entrada de la tumba, o se la cubría con una pesadísima losa... es origen de la lápida.
 
Con el luto se pretendía evitar que el alma del muerto penetrara en el cuerpo de los familiares vivos: era un intento de borrar la propia imagen para despistar al alma en pena. El velo era una máscara o disfraz protector. Entre otros pueblos, el luto se expresa mediante el color blanco. Pretendían disfrazarse de espíritus, desorientando así a los posibles intrusos del mundo del más allá.
 
En la antigua Roma se enterraba a los difuntos al atardecer, guiados por un propósito muy concreto: despistar al muerto. Llevaban antorchas, y cuando llegaban al cementerio ya había anochecido del todo. Asociaban el fuego con la muerte: de hecho, la palabra "funeral" viene de la voz latina "funus", que significa "tea encendida".

Algunas veces los ataúdes se encuentran en lugares inhóspitos. Los ataúdes colgantes de los bos, una de las 56 minorías nacionales de la antigua China, son un conjunto de sepulcros que penden de los precipicios, y que por su extraña y majestuosa naturaleza han sido incluidos entre las reliquias culturales de China.
Hay 265 sepulcros de este tipo y se encuentran entre diez y 50 metros de altura. El más alto está a 100 m. 
La creencia general es que pertenece a la minoría de los bos y liaos. En cuanto a su historia, no se sabe cuando se inició, pero sí que concluyó durante la dinastía Ming. 


Los Toraja, unas gentes que viven en Tana Toraja, Indonesia, dejan a los adultos muertos una temporada a la intemperie, en un lugar específico y rodeados de unos árboles en concreto, que según la tradición purifican el espíritu a modo de filtro místico. Los restos van luego a un lugar excavado en la roca con estatuas representativas de los difuntos.
Pero lo más interesante es quizás el entierro que se guarda para los niños a los que todavía no les han salido los dientes, que para los Toraja todavía forman parte del ciclo de la naturaleza, ya que todavía no tienen un destino en la vida. A estos pequeños se los introduce en el interior de un árbol, en postura vertical, rellenando el hueco con huevos a modo de ofrenda, y creando de este modo una especie de ciclo regenerativo natural.
Los Toraja creen que los muertos tienen una forma de vida contraria a los vivos. Caminan cabeza abajo, hablan al revés, y las cosechas perdidas significan comida para los muertos.

La aldea de Trunyan esta situada en la isla de Bali, rodeado por un enorme lago. Está anclada alrededor del  crater del Batur, un todopoderoso volcán situado en la región Kintamani. La única forma de llegar a ella, es en barco, no hay ningún camino posible a lo largo de las escarpadas paredes del ardiente Batur.
El lugar está habitado por descendientes del original balinés. Aquí se encuentra el principal templo Pura Pancering Jagat, conocido entre los balineses como “el templo del ombligo del mundo“,  dentro crece un antiguo árbol de Banyan, que se dice que tiene más de 1000 años. Lamentablemente está prohibido el acceso a los visitantes.
Curiosamente, si el difunto no se casó es enterrado en el suelo el pueblo de Truncan, pero si estaba casado no incinera o entierra a sus muertos, sino que suelen dejar los cadaveres de sus seres queridos en unas jaulas de bambú, para que la putrefacción haga su laborioso cometido.Los cadaveres no producen malos olores, según cuentan debido a las fragancias perfumadas que desprende el cercano y milenario árbol de Banyan.
Cuando todos los procesos de putrefacción se han consumado, la colección de cráneos y huesos es colocada por todo el cementerio sagrado, dando a entender al visitante que aquí han residido los grandes descendientes balineses.

Situado en un valle a unos 150 km al este de Lhasa, en el distrito de Drigung ,en el Tibet, fue fundado en 1179 un monasterio por el fundador de esta ancestral tradición fúnebre, Drigung Kyobpa.
La mayoría de los tibetanos adheridos al budismo enseñan que en la reencarnación no hay ninguna necesidad de preservar el cuerpo, ya que navegará por la senda de los cielos como un “barco vacio”.
Este ritual que en la práctica se conoce como Jhator, que en tibetano significa “dar limosna a los pájaros”, consiste simple y llanamente en la eliminación de los restos humanos de la persona fallecida
Como el nombre implica, jhator se considera un acto de generosidad al fallecido y su familiares están proporcionando alimentos para mantener los seres vivos. La generosidad y la compasión para todos los seres son importantes virtudes en el budismo, se destina a unir a la persona fallecida con el cielo o reino sagrado.
La ceremonia ejecutada por los familiares es realmente dura pues es desmenuzado el cadaver en trozos pequeños con una frialdad espantosa, posteriormente son ofrecidos a las aves. 


A modo de aclaración: Sogyal Rimpoché, en su libro “El libro tibetano de la vida y la muerte” explica:

“En mi condición de budista, contemplo la muerte como un proceso normal, una realidad que acepto ha de ocurrir en tanto permanezca en esta existencia terrenal. Sabiendo que no puedo eludirla, no veo que tenga sentido preocuparme por ella.”

“Es evidente que a la mayoría de nosotros nos gustaría tener una muerte apacible, pero también está claro que no podemos esperar una buena muerte si nuestra vida ha estado llena de violencia, si nuestra mente ha estado agitada principalmente por emociones como la ira, el apego o el miedo. Por lo tanto, si deseamos morir bien, hemos de aprender a vivir bien; manteniendo la esperanza de una muerte apacible, debemos cultivar la paz en nuestra mente y en nuestra manera de vivir.”

“En nuestra mente los cambios siempre equivalen a pérdida y sufrimiento. Y, cuando se producen, procuramos anestesiarnos en la medida de lo posible. Damos por supuesto, tercamente y sin ponerlo en tela de juicio, que la permanencia proporciona seguridad y la impermanencia no. Pero, en realidad, la impermanencia es como algunas personas que encontramos en la vida: difícil e inquietante al principio, pero, cuando se la conoce mejor, mucho más amigable y menos perturbadora de lo que hubiéramos podido imaginar.

Reflexione sobre esto: la percepción de la impermanencia es, paradójicamente, la única cosa a que podemos aferramos, quizá nuestra única posesión duradera. Es como el cielo o la tierra. Aunque todo a nuestro alrededor cambie o se venga abajo, ellos se mantienen. Supongamos que pasamos por una demoledora crisis emocional: toda nuestra vida parece desintegrarse... nuestro cónyuge nos abandona de pronto, sin aviso previo. La Tierra sigue ahí, el cielo sigue ahí. Naturalmente, incluso la Tierra tiembla de vez en cuando, para recordarnos que no podemos dar nada por sentado...”

Contrariamente a ésta, existe otra cultura mucho más extraña que intenta eludir la muerte y se pasa todo el presente angustiada pensando en como sobrevivir al futuro. 

Y es la nuestra.




Fuentes:
"Historia de las cosas" de Pancracio Celdán.
“Libro tibetano de la vida y la muerte” Sogyal Rimpoché

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