Wednesday, August 31, 2011

La mujer en la prehistoria: Venus sin boca.


En uno de los relatos de su libro "Espejos" (2008) el escritor uruguayo Eduardo Galeano, al volver de una visita suya a las cuevas de Altamira, declaró:


"Las vi tendido en una mesa de piedra, y mirando hacia el techo porque estaban pintadas en el techo de la caverna y entonces, me hice una pregunta, que es la pregunta que está aquí en el texto, que voy a leer ahora:



Me hice la pregunta y durante muchos años, estuve leyendo los libros que iban apareciendo sobre el tema y comprobé que la pregunta no era muy frecuente porque a nadie se le había ocurrido la posibilidad de que las pinturas prehistóricas fundadoras de la belleza en el mundo, fueran obra de las mujeres.
Y esto no tiene nada de raro, porque las mujeres han sido ninguneadas por la historia oficial y maltratadas por la historia real."

Por lo menos, es el caso de las cuevas de Francia Pech Merle y las grutas de Gargas. El profesor Dean Snow, de la Universidad de Pennsylvania, volvió a analizar sus pinturas que datan de hace más de 25 mil años y descubrió que, contrario a lo que se pensaba, hay evidencias de muchas manos femeninas.

Además de las manos masculinas, que claramente son más largas, en las cuevas se localizaron marcas más pequeñas que podrían ser de hombres más jóvenes o mujeres. Para determinar quién pintó las marcas más pequeñas, el profesor Snow usó proporciones digitales. Los dedos anulares largos corresponden a hombres mientras que los índice más largos son más femeninos. El profesor considera que ahora es posible decir que muchas mujeres tuvieron un fuerte papel en el arte del Paleolítico Superior.

En el lenguaje utilizado tradicionalmente al escribir sobre la Prehistoria han predominado siempre los términos masculinos, como “la evolución del hombre”, “el hombre de las cavernas”… Esto ha hecho invisible a la mitad de la Humanidad durante mucho tiempo en los libros de Historia (sino se ha degradado con la imagen del cavernícola arrastrando del pelo a su dama)
Hoy sabemos que la evolución del Hombre es en realidad cosa de hombres y mujeres. Durante la Prehistoria todos los tipos humanos que han habitado en el planeta se han organizado socialmente en grupos y fue imprescindible la aportación de todos sus miembros, mujeres, hombres, niños y mayores, a las tareas de supervivencia que garantizaran el bienestar del conjunto.

Los estudios más recientes en la paleontología indican que la mujer, lejos de todo prejuicio, también participaba en las cacerías y procesaba el alimento. Más aún, muchos especialistas sostienen que las probabilidades de que hayan sido las mujeres las primeras agricultoras, o al menos, las impulsoras de tal actividad, son altísimas. Además habrá que sumar otra, imprescindible para la vida en sociedad: el desarrollo del lenguaje, una forma de comunicación oral “materna” como base del lenguaje para calmar a los pequeños. Sin olvidar, claro está, su vinculación a las llamadas actividades de mantenimiento, relacionadas con la preparación del alimento y la preservación de unas adecuadas condiciones de higiene y salud, además del cuidado del resto de los miembros del grupo y de la socialización de los individuos infantiles. 

“El problema es que se trata de actividades que siempre se han minusvalorado y englobado en el depreciado concepto de doméstico. Tradicionalmente, se ha considerado que no requieren ningún tipo de tecnología, experiencia o conocimientos para su desarrollo. No obstante, se convierten en fundamentales para cualquier sociedad, independientemente de cuál sea su modo de subsistencia” añade la arqueóloga española Margarita Sánchez Romero, que ha realizado investigaciones de identidad de género y edad en la Prehistoria.

Claro que, como en tantas materias, los estudios nunca son concluyentes. Existe un método científico, por supuesto, pero la lejanía temporal y la ausencia de documentos que determina la esencia misma de la prehistoria, sólo deriva en conjeturas, posibilidades, supuestos con mayor o menor probabilidad.

Debido a que, previo a la presencia de las primeras mujeres antropólogas en el siglo pasado, la antropología fue terreno masculino en exclusiva, existe un sesgo ideológico. Por otro lado, la arremetida feminista en la antropología del siglo XX también hizo sus estragos, posicionando muchas veces a la mujer en un idealizado papel protagónico. Pero buscando el equilibrio, hoy es posible llegar a una conclusión casi indiscutible: sólo en la cooperación entre pares masculinos y femeninos, la humanidad aseguró su supervivencia.

Margarita Sanchez comenta que “Los estudios etnográficos sobre sociedades actuales demuestran que lo extraño es encontrar una actividad que sólo acometan hombres o mujeres. El reparto de trabajo es una construcción social y, por tanto, cada sociedad la gestiona como mejor entiende. En las sociedades de la prehistoria no tenemos datos que nos lleven a pensar que las mujeres no cazaban o que no intervinieron en determinadas producciones, como la de piedra tallada o la metalurgia. Además, muchas imágenes del pasado las muestran plenamente integradas en cuestiones rituales y religiosas. Por otra parte, los ajuares funerarios que encontramos en las sepulturas enfatizan más las diferencias en estatus social y en la realización de determinados trabajos, que en la existencia de desigualdades entre mujeres y hombres”

El caso es que hoy hay mujeres que todavía practican el arte rupestre. El arte rupestre de Chongoni está situado en un conjunto de colinas graníticas boscosas de la meseta central de Malawi, el sitio de Chongoni que abarca una superficie de 126,4 km2. Posee el conjunto más denso de arte rupestre del África Central, con un total de 127 sitios que muestran las creaciones tradicionales –menores en número– de los pueblos agricultores, así como pinturas de los batwa, un pueblo de cazadores-recolectores que habitó en esta región desde finales de la Edad de Piedra. El pueblo agricultor de los chewa, cuyos antepasados se asentaron en estos parajes desde la Edad del Hierro tardía, ha venido practicando la pintura rupestre hasta bien entrado el siglo XX. Los símbolos de este arte rupestre, estrechamente vinculados a la figura de la mujer, tienen todavía un importante significado cultural para los chewa, y en los sitios ornados con pinturas se siguen practicando todavía ceremonias y rituales, especialmente dentro de un ritos de iniciación llamado Chinamwali.

La figura femenina se plasmó repetidas veces en las primeras obras artísticas, lo que da a entender la gran importancia que la mujer adquirió en el seno de las comunidades del paleolítico superior. La imagen de esta mujer prehistórica fue magnificada en sus atributos sexuales, con grandes caderas, voluminosos pechos y abultado vientre, simbolismos de la fertilidad y fecundidad.  Algunas representaciones viene acompañadas de un cuerno o un bisonte, símbolos de abundancia que garantizaban la supervivencia del grupo.


También aparecieron en esta misma etapa esculturas femeninas de marfil, asta y piedra. Aunque en muchas de las figurillas femeninas del Paleolítico (entre 29 000 y 22 000 años de antigüedad) Laussel, Lespugue, Willendorf o Dolní Věstonice, entre otras, se aprecian grabados o esculpidos adornos y prendas, como collares, brazaletes, diademas o capuchas, la denominada “Dama de Brassempouy” es excepcional porque en ella los rasgos de la cara no parecen anónimos como en la mayoría.



Esta mujer tallada en marfil de mamut mide 3,65 centímetros de altura, 2,2 centímetros de anchura y 1,9 centímetros de grosor. Fue enterrada en el actual Saint-Germain -la Riviere, cerca de Burdeos, con un ajuar funerario compuesto de puñales, cuernas de ciervo, varillas de hueso y útiles variados de sílex. A pesar de ser una de las venus con los rasgos más detallados, las proporciones anatómicas del cráneo no son realistas: el rostro tiene forma de triángulo invertido muy equilibrado. La nariz y las cejas están perfectamente representadas, pero no tiene boca.

Fueron los estereotipos masculinos sobre lo femenino lo que llevó a los prehistoriadores de principios de siglo a interpretar estas figurillas como Venus paleolíticas. "Son réplicas de las mal llamadas venus, que es un concepto clásico. Esas piezas no siempre representan a diosas o mujeres idealizadas. A veces son simples representaciones de un mujer de su tiempo", apostilla Helena Bonet, directora del Museo de Prehistoria de Valencia.

En cualquier caso, mujeres sin boca, ya es hora de hacerlas hablar.

Fuentes:

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