"Una multitud de mujeres aporreando su choza podía despertarle en medio de la noche. Las mujeres bailaban danzas indecentes, entonaban canciones en las que se burlaban de su virilidad y utilizaban el patio de su casa como letrina hasta que éste prometiese enmendarse. A esto lo llamaban «sentarse sobre un hombre »
Marvin Harris, Nuestra especie.
En muchas tribus, las mujeres viven en unas circunstancias que hacen que su vida sea muy difícil.
Así, es el caso de las mujeres yanomamis y de Papúa de Nueva Guinea, sociedades en las que se practica la patrilocalidad. Al casarse tienen que abandonar sus casas para ir a vivir a la de su marido, lo que las aísla por completo de la protección de los suyos.
Esto es porque en estas pequeñas aldeas la victoria que se da en las cruentas batallas con las aldeas vecinas por la competencia de recursos dependerá de equipos de combate compuestos por varones que se han ejercitado juntos y creen unos en otros. ¿Qué mejor manera de formar equipos de combate que se compongan de padres, hijos, hermanos, tíos y sobrinos paternos corresidentes? Pero para poder permanecer juntos tras el matrimonio, estos varones deben llevarse a sus esposas a vivir con ellos.
Cuando los que viven en pequeñas aldeas se alían con los de las aldeas vecinas y se transforman en jefaturas más complejas y de mayores dimensiones, tiene que recorrer distancias cada vez mayores para cazar y comerciar, lo que los lleva en muchas ocasiones a permanecer fuera del hogar por largas temporadas. Cuando ocurre esto tienen que dejar a alguien al cargo de su casa, los cultivos, etc, pero la esposa no es digna de confianza porque permanece fiel a su propia familia, no a la del esposo, así que esta responsabilidad pasa a manos de la hermana. Aquí tiene lugar un cambio gradual de la patrilocalidad a la matrilocalidad; pues no darán a la hermana en matrimonio a no ser que su marido se traslade a la aldea de ella.
De esta manera, cuando llegan de sus largos viajes, los maridos se convierten en extraños; son ellos los que se sienten aislados y deben vérselas con un frente unido de miembros del sexo opuesto que llevan toda la vida viviendo juntos. Así pues, allí donde prevalece la matrilocalidad el control de la esfera doméstica tiende a concentrarse, en su totalidad, en manos de las mujeres. Los maridos dejan de ser residentes permanentes para convertirse en una especie de visitantes y el divorcio es frecuente y tan fácil para las mujeres como para los hombres. Si un varón maltrata a la esposa o ésta se harta de él, ella y sus hermanas, madre y tías maternas lo expulsan sin miramientos, enviándolo de vuelta a su propia familia materna. Y el hecho de que el marido se encuentre a menudo ausente hace tanto más sencillo el divorcio.”
En las sociedades donde existe la matrilocalidad las mujeres tienen mejor nivel de vida al estar protegidas por sus familias y entran en posesión de los medios de producción para influir en las decisiones políticas, militares y religiosas.
“En las sociedades yoruba, ibo, igbo y dahomey, las mujeres eran propietarias de tierras y cultivaban sus propios productos. Las mujeres dominaban los mercados locales y podían acumular una riqueza considerable gracias al comercio. Para casarse, los varones tenían que pagar el precio de la novia, transacción en sí misma indicativa de que ésta era una persona sumamente valiosa y de que sus padres y parientes no estaban dispuestos a renunciar a ella sin que se les indemnizase por la pérdida de sus capacidades ecónomicas y reproductoras. De hecho, los pueblos del Africa occidental estimaban que tener muchas hijas era ser rico”
En lo referente a la conducta sexual, no existía la doble moral. Aunque los hombres practicaban la poliginia, sólo podían acceder a ella una vez consultada la primera esposa y obtenido su permiso. Pero ellas también tenían bastante libertad, y en ocasiones mantenían relaciones extramaritales. Además, en numerosas jefaturas y Estados del Africa occidental, ellas mismas podían abonar el precio de la novia y desposar a otras mujeres, incluso en la sociedad Dahomey. construían una casa para su «esposa» y tomaba las medidas necesarias para que un consorte embarazase a ésta. Pagando los precios de la novia por varias de estas «esposas», una mujer ambiciosa podía hacerse con el control de una diligente unidad doméstica y adquirir riqueza y poder.
Entre los igbos de Nigeria, aunque los gobernantes de esos Estados y jefaturas eran casi siempre hombres, sus madres y hermanas ocupaban cargos que conferían a las mujeres un poder considerable. En algunas de estas sociedades existía la “madre de todas las mujeres” cuyo poder podía ser el mismo que el de los gobernantes masculinos. Un varón que infringiese las normas mercantiles de las mujeres, permitiese que su cabra devorase los cultivos de una mujer o maltratase a la esposa, se exponía a una venganza colectiva. Una multitud de mujeres aporreando su choza podía despertarle en medio de la noche. Las mujeres bailaban danzas indecentes, entonaban canciones en las que se burlaban de su virilidad y utilizaban el patio de su casa como letrina hasta que éste prometiese enmendarse. A esto lo llamaban «sentarse sobre un hombre » .
Por supuesto, en estas sociedades no existen ni el elevado índice de infanticidio ni la preferencia por los hijos varones.
Pero la subordinación del varón en estas sociedades no alcanza el grado de subordinación de la mujer en las aldeas machistas. Esto no se debe sin embargo a una falta de crueldad y de piedad por parte de las mujeres, sino a una falta de poder, porque en estas sociedades estratificadas la mayoría de los varones ya no estaban entrenados desde la infancia en la caza de hombres, ni siquiera en la caza de animales. En vez de ello, se ven reducidos a la condición de campesinos desarmados y la mayoría de las mujeres ya no tenían que tratar con maridos cuyas dotes para la violencia se hubiesen curtido en el campo de batalla.
En cambio, en la India septentrional, el tener muchas hijas suponía un desastre económico para la familia, porque el padre tenía que abonar a cada marido de estas con dinero, joyas o telas; de ahí el alto índice de infanticidio. En los últimos tiempos, a algunos maridos les ha dado por reclamar dotes complementarias, lo que ha originado una oleada de quemas de novias. Además, a las viudas en esta sociedad, se les obliga a llevar una vida de reclusión, sin esperanza de un nuevo matrimonio, sujetas a tabúes alimentarios que las mataban de hambre… lo que provocaba que muchas de ellas prefiriesen la hoguera a la viudedad.
¿A qué obedecen estas diferencias?
Cuando mujeres y hombres están igualmente capacitados para desempeñar funciones militares y productivas, el estatus femenino alcanza la paridad con el masculino. Se puede observar claramente comparando estas dos culturas de las que hablamos, África occidental y la India septentrional, donde la forma de producción de la primera no exige tanto la fuerza física que beneficie al hombre como la segunda.
En el Africa occidental, la principal herramienta agrícola no era el arado tirado por bueyes, como en la india septentrional, sino la azada de mango corto, de modo que, sin otra herramienta que simples azadas, las mujeres podían ser tan eficaces como los varones.
En la propia India, se cumple también en lo que atañe a extensas regiones al sur y al este de Kerala. Los estados agrarios de Sri Lanka, el sudeste asiático e Indonesia se basan todos en la producción «húmeda»» de arroz, en la que las mujeres tienen, como mínimo, la misma importancia que los varones para realizar tareas decisivas, y es precisamente en estas regiones donde las mujeres han disfrutado tradicionalmente de niveles excepcionalmente elevados de libertad y poder en las esferas pública y doméstica.
En la India septentrional, la contribución de las mujeres en la agricultura era menor. Los hombres monopolizaban el manejo de los arados tirados por bueyes y éstos eran indispensables para roturar los duros suelos. Esto hace un efecto cadena que provoca que los hombres se alcen con el monopolio del comercio, en ser los primeros en alfabetizarse ya que tenían que llevar los registros del comercio, y lo mismo ocurrió con las ramas administrativas del gobierno, donde adquirían este poder por su superior fuerza física.
Sin embargo, esto ya no ocurre en sociedades como la nuestra, donde la mayor fuerza física no tiene esa importancia ya que mujeres y hombres se enfrentan en las mismas condiciones. ¿Qué necesidad hay de fuerza muscular si los procesos de producción decisivos se desarrollan en fábricas automatizadas o mientras las personas están sentadas en oficinas informatizadas? Así, esto explicaría el mayor grado de igualdad que existe en nuestra sociedad.
Pero existe una última barrera a la igualdad entre los sexos. A pesar de la importancia menguante de la fuerza bruta en la guerra, las mujeres siguen excluidas de las funciones de combate en los ejércitos del mundo. ¿Se puede instruir a las mujeres para que sean tan eficaces como los varones en el combate armado con misiles balísticos intercontinentales, bombas inteligentes y sistemas de artillería informatizados? No veo razón para ponerlo en duda. Pero las mujeres deben decidir si desean ejercer presiones para obtener la igualdad de oportunidades en el campo de batalla o para obtener algo distinto:
el fin de la guerra y el fin de la necesidad social de criar guerreros de talante machista,
trátese de varones...
o de hembras.