Saturday, December 24, 2011

Cuentos divertidos de Mulá Nasrudín.

Nasreddin, o Nasrudín, es un personaje mítico de la tradición popular sufí, cuyas historias sirven para ilustrar o introducir las enseñanzas sufíes. Se supone vivió en la Península Anatolia en una época indeterminada entre los siglos XIII y XV. Nasr-ed-Din significa "victoria de la fe" y Hodja, "el maestro" o "el profesor". También se le conoce como "El maestro Nasreddin" (Nasreddin Hodja) y Mulá Nasrudín.Su origen es medieval y se le conoce en lugares como Egipto, Síria, Asia central, Pakistán y la India. También en Turquía y Rusia. Su fama se extiende desde Mongolia hasta Turquía, e incluso el sur de Italia, en Sicilia (donde es conocido por el nombre de Giufà) y en Cerdeña, y sus aventuras y anécdotas se cuentan en multitud de lenguas distintas.

Al mulá Nasrudín le concedieron una entrevista en una compañía naviera. El director le dijo:
-"Nasrudín, es un trabajo peligroso. Algunas veces el mar se embravece. Si estás en medio de una gran tormenta, ¿qué harías con tu barco?".
-"Ningún problema. Simplemente bajaría el mecanismo de defensa que tienen todos los barcos, pesas, enormes lastres que mantienen el barco estable incluso en medio de una gran tormenta".
-"¿Y si viene otra gran tormenta...? 
-"Ningún problema. Volveré a bajar otro gran lastre".
-"Y si viene una tercera tormenta, ¿qué harías?". 
-"Ningún problema... más lastre".
El director no sabía qué hacer con aquel hombre. Le preguntó:
-"¿De dónde sacas todo ese lastre?".
-"¿Y de dónde saca usted todas esas tormentas?"

Una noche Nasrudin caminaba en solitario por una calle. De repente se dio cuenta de que unos cuantos hombres a caballo se dirigían hacia él.
Su mente comenzó a trabajar. Pensó que podían ser asaltantes, que podían matarle. O que podían ser soldados del rey y que podían llevárselo para que prestara el servicio militar o cualquier otra cosa mala. Se asustó y cuando los hombres y el ruido de sus caballos se acercaron, se puso a correr y entró a toda prisa en un cementerio. Para esconderse se tumbó rapidamente en una fosa abierta.
Los jinetes – que eran simples viajantes – se sorprendieron al ver a aquel hombre corriendo. Siguieron Nasrudin y se acercaron a la tumba en que estaba. Él estaba allí con los ojos cerrados como si estuviera muerto.
Los hombres le dijeron:
- ¿Qué te sucede?
- ¿Por qué te has asustado tanto de repente?
- ¿Qué pasa?
Entonces Mulla Nasrudin se dio cuenta de que se había asustado a sí mismo sin motivo.
Abrió sus ojos y dijo:
- Es algo muy complejo, muy complicado. Si insistís en preguntarme porqué estoy aquí, os lo diré. Estoy aquí por vuestra culpa y vosotros estáis aquí por la mía.

Un ladrón se introdujo en casa de Nasrudin. 
Tan pronto como éste advirtió su presencia, se escondió en un rincón. El ladrón se lo llevó todo. Nasrudin asistió a la operación, siguió al malhechor hasta su casa y le abordó educadamente.
- Gracias, extranjero, por haber querido trasladar todos mis efectos y mis muebles – le dijo. Has hecho que abandonamos mi sórdido alojamiento en el que tanto mi familia como yo nos estábamos pudriendo. Ahora, vamos a poder vivir aquí. ¡Voy ahora mismo a buscar a mi mujer y a mis hijos para que disfruten sin más tardanza de tu generosa hospitalidad!
El ladrón, angustiado ante la idea de tener que cargar con toda aquella gente, le devuelve en el acto todos sus bienes:
- ¡Tómalo todo de nuevo – exclamó -, y guárdate para ti tu familia y tus problemas!

En el curso de un viaje, Mulla Nasrudin llega a un pueblo. En el mercado se queda pasmado delante de un tenderete de Frutas exóticas, desconocidas, que encuentra de lo más apetitosas. Le dice al vendedor:
Estas frutas me parecen excelentes. ¡Póngame un kilo!
Se va la mar de contento con su compra. Un poco más lejos, le hinca el diente a una de estas frutas rojas, pero al instante siente que la boca le echa fuego. Se pone rojo. Sus ojos lloran y, sin embargo, continúa comiendo. Un transeúnte, que le está mirando desde hace rato, le aborda:
-Pero ¿qué hace usted?
-Creía que estas frutas eran muy buenas. Pensando que no iba a tener bastante con una sola, he comprado un kilo.
-Comprendo, pero ¿por qué se empeña usted en comérselas? Son pimientos rojos, y son terriblemente fuertes.
-No son los pimientos lo que yo me como ahora -profiere Mulla-, sino mi dinero!


Una noche, mientras dormía, Mulla sintió frío y se despertó. Llovía, granizaba y, entre estallido y estallido de trueno, oyó el ruido de una discusión cerca de su casa.
Movido por la curiosidad, saltó de la cama, se cubrió con su manta de lana y salió para comprender la causa de aquel jaleo. Advirtió entonces que había una banda de ladrones que , tan pronto como le vieron, se arrojaron sobre él, le arrebataron la manta y se pusieron pies en polvorosa.
Tiritando entonces de frío y de temor, regresó a su casa, cerró la puerta y se reunió con su mujer en la cama.
-¿Qué era tanto jaleo?- le preguntó ella-. ¿Y cual era la razón de esa disputa?
Nasrudin respondió con tono desenvuelto:
-Era una banda de gamberros que se peleaban por mi manta. Una vez que la han cogido, han hecho las paces y han proseguido tranquilamente su camino.


Nasrudin se fue a comprar un asno.
 La feria de los asnos estaba en su momento álgido entre una multitud de campesinos. En medio del barullo reinante, le oyó afirmar a uno que allí no había más que burros y campesinos. Nada más.
- ¿Eres campesino tú también? – le preguntó Nasrudin.
- ¿Yo? No ..
- ¡Entonces, no me digas más! – ironizó Nasrudin.

Cierto día, un campesino fue a visitar a Nasrudin, atraído por la gran fama de éste y deseoso de ver de cerca al hombre mas ilustre del país. Le llevó como regalo un magnífico pato. El Mula, muy honrado, invitó al hombre a cenar y pernoctar en su casa. Comieron una exquisita sopa preparada con el pato.
A la mañana siguiente, el campesino regresó a su campiña, feliz de haber pasado algunas horas con un personaje tan importante. Algunos días más tarde, los hijos de este campesino fueron a la ciudad y a su regreso pasaron por la casa de Nasrudin.

Nasrudin: La sopa del Pato- Somos los hijos del hombre que le regaló un pato - se presentaron. Fueron recibidos y agasajados con sopa de pato.

Una semana después, dos jóvenes llamaron a la puerta del Mula.

- ¿Quiénes son ustedes?
- Somos los vecinos del hombre que le regaló un pato.

El Mula empezó a lamentar haber aceptado aquel pato. Sin embargo, puso al mal tiempo buena cara e invitó a sus huéspedes a comer.
A los ocho días, una familia completa pidió hospitalidad al Mula.

- Y ustedes ¿quiénes son?
- Somos los vecinos de los vecinos del hombre que le regaló un pato.

Entonces el Mula hizo como si se alegrara y los invito al comedor. Al cabo de un rato, apareció con una enorme sopera llena de agua caliente y llenó cuidadosamente los tazones de sus invitados. Luego de probar el líquido, uno de ellos exclamó:

- Pero... ¿qué es esto, noble señor? ¡Por Alá que nunca habíamos visto una sopa tan desabrida!

Mula Nasrudin se limito a responder:
- Esta es la sopa de la sopa de la sopa de pato que con gusto les ofrezco a ustedes, los vecinos de los vecinos de los vecinos del hombre que me regaló el pato.

Al bajar de la terraza de su casa, donde acababa de hacer la siesta, Nasrudín da un traspiés al pisar un escalón y rueda escaleras abajo.

- “Pero ¿qué pasa?” - le grita su mujer que, desde la cocina, ha oído el ruido de su caída.
- “Nada importante” - responde Nasrudín, poniéndose en pie como puede - “Ha sido mi abrigo que se ha caído por la escalera.”
- “¿Tu abrigo?.. pero ¿y ese ruido?”
- “El ruido ha sido porque yo iba dentro.”

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